Ya se ha acabado esto, que era lo que solicitaba el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social desde que el Real Zaragoza supo que estaba salvado. Pero sigue activada la alerta frente al riesgo de que la epidemia de vulgaridad se extienda otra temporada más a un club enfermo pese a que la renovación de Víctor Fernández se haya enfocado como motor de una revolución de intenciones. El entrenador viene con las ideas claras, pero van a tenerle que llenar los bolsillos, lo que nadie le ha prometido. La ilusión generada e implantada entre el hincha, que ve en el técnico al único guía cualificado pasa devolver al equipo a Primera es, hoy por hoy, un espejismo. Víctor, como sus antecesores, tendrá que estar sujeto a las exigencias de una economía de guerra; a un director deportivo, Lalo Arantegui, con demasiados claroscuros como para confiar en que confeccione en solitario una plantilla auténtica, y a una estructura política mojigata, infectada aún por herencias del pasado y demasiados directivos de talla S. Solo una operación escoba en profundidad y, por supuesto, una inyección de capital externo en cualquiera de sus versiones podría elevar de verdad la confianza en el cambio que ahora se pregona con trompetilla de alguacil.

Todo reposa en los hombros del excampeón de la Recopa. Su discurso es atractivo, seductor, con una prosodia intachable. Una plan cargado de su verdad al que, ahora mismo, le falta la solidez de un pronunciamiento oficial sobre la ayuda que va a recibir. Ya han empezado a brotar nombres en el mercado, interés por futbolistas que podrían aportar apetito, y se ha abierto la puerta de par en par para aumentar ingresos que posibiliten una mejora del vestuario. Lo más notable de la cantera ha sido puesto en el escaparate y por Igbekeme se ha abierto una puja... Estos mensajes no son los que se suele enviar una empresa que pretende crecer, sino la de un pequeño negocio que quiere subsistir a la espera de un golpe de fortuna. Por mucho que Víctor se empeñe en exigirse lo máximo sin que nadie se lo tenga que decir, el fútbol es de los futbolistas.

El Real Zaragoza necesita una limpieza en profundidad, no un lavado de cara. No tiene centrales ni lateral derecho: al centro del campo le falta jerarquía cualitativa y física; se echan de menos interiores que profundicen (los extremos pasaron a mejor vida hace décadas), y dos delanteros en los que, efectivamente, no se puede fallar en sus contrataciones después de la frustrante experiencia Gual-Álvaro. La arquitectura del equipo pide a gritos experiencia defensiva, carácter y continuidad gruesa, nada de jugones de 30 minutos. Hablamos de ascender por una u otra vía, que es lo que se anuncia antes de cada campaña de socios para después aplicar la táctica del avestruz cuando los fracasos se suceden.

Para imprimir un estilo, una autoría o una identidad, a la novela, cuento o ensayo le hacen falta personajes. Solo los hay para ir pasando hambre, con la cartilla de racionamiento bajo el brazo cada campaña y los chicos de la casa como peligroso recurso en circunstancias límite, donde el crecimiento y la progresión natural corren peligro ante la sobrecarga de responsabilidad. El Real Zaragoza se va de vacaciones en un barco que hace aguas. Cuando regrese, si la pretensión es estar lo más cerca posible de los más poderosos, la mayoría de la tripulación ha de ser nueva, con miles de millas marinas y unas cuantas cicatrices en su vida laboral. Víctor Fernández va impecable al timón, pero si la Fundación no le arropa será otro capitán más de este Titanic sin rumbo deteriorado por la improvisación.