Se juntaron los cinco zaragozanos para poner sobre el campo el corazón que se salía de los pechos en la grada. Retumbó el estadio, de verdad, en un cuarto de hora final que trae al recuerdo las noches más grandes del zaragocismo. Las de mucho antes, sí. No fue un cántico aquí y otro allá, nada de eso. No hubo ni un silencio de temor, ni se entonaron algunos de esos estribillos que no se saben todos, que a veces cortan el fuego que sale de las tribunas. Fue un ‘alé alé’ constante, tremendo, tenaz, cabezón si quieren, muy maño, remaño. Cuando la hinchada olió el final y entendió que a su equipo le hacía falta un pulmón más, nadie se calló. Unos pocos se cubrían el rostro con las manos cada vez que asombraba Cristian Álvarez, otros se mesaban el cabello, cualquiera resoplaba. La mayoría, enorme, se desgañitó detrás de su equipo. Igual daba que fuera un contragolpe a favor que un córner en contra. Los de casa lo entienden bien, lo saben. «Es una de esas noches que nos regala La Romareda», dijo Lasure, que a su gente le concedió por derecho casi tres cuartas partes del éxito: «La afición ha sido el 70% de la victoria, como mínimo».

Casi en cualquier sitio, también en los medios, se tiende a exagerar sobre la influencia de cualquier hinchada en los triunfos. Visto desde el interior de un sentimiento propio, siempre se es Más grande, más fuerte, más fiel. Pocas veces, sin embargo, se encuentra un estadio apretando sin desmayo como un solo hombre. En Zaragoza, salvando algún lapso que en trazo largo no cuenta, no se sentía la atmósfera que ayer creó La Romareda desde hace un decenio largo. Pueden decir con razón que el partido lo ganaron Borja y Cristian, sobre todo. Se puede estar seguro también de que el Zaragoza no hubiese aguantado en pie una hora larga sin el león azuzando.

Muchos de los que han estado ahí abajo cuentan que la sonoridad de La Romareda es particular, que se generar un ambiente difícil de encontrar en otros estadios. «Ese estadio, cuando se levanta, te empuja hasta el límite», repite Gustavo Poyet, uno de los héroes de la Recopa, cuantas veces se le pregunte. Tiene razón. Cuando el volcán entra en erupción, no hay quien detenga sus lenguas de lava. Es fuego sonoro, nacido de una monumental comunión que obliga a meditar sobre cuán importante será La Romareda en los playoffs. Todo es posible a la orilla del cráter, incluso ganar a un señor equipo, audaz y bizarro, como el Sporting.

A Natxo González se le escapó bien pronto su sentimiento al comenzar a analizar el partido: «Gran partido, gran escenario, gran rival... Y la afición más grande del universo, creo yo», dijo el entrenador. Es universal, desde luego. Ayer fue cósmica, absoluta. «Incluso en los peores momento dije que es una afición lista», reflexionó el vitoriano, que juntó a los cinco zaragozanos en el césped para esa media hora diabólica final. Delmás fue un jabato (un 9,5 le puso su técnico), Lasure es imperturbable, Guti corrió colosal y Pombo, ¡ay!, pudo ponerle el marco al partido. Zapater, ya saben, resopló hasta ganar... y después. El zaragociño Borja vive admirado: «Cuando no paraban de atacar, la gente nos llevó en volandas. Lo que se vive aquí es brutal, no sé explicarlo». Cosas de La Romareda, gallego, que es lo mejor del universo zaragocista.