El partido tuvo de todo, pasión, enfrentamientos, fútbol, goles, ocasiones, expulsiones, hasta tres y todas del Sporting, un gran ambiente en El Molinón y, en medio de esa locura, el Zaragoza pescó tres puntos que son de oro puro, una inyección tremenda de autoconfianza y de moral entre la crisis desatada por la lista de salidas y las demandas por impago de Movilla, Paredes y José Mari. En ese clima, el Zaragoza soltó un partido más que aceptable en una olla a presión y tuteó a un rival que estaba lanzado y que demostró que es uno de los mejores de la categoría. Por eso, la victoria, cerrada ante un rival con ocho, tiene un valor magnífico, ya que además sirvió para situar al equipo por primera vez en promoción de ascenso, como sexto y a solo tres puntos de la segunda plaza, del billete directo.

El triunfo, a todos los efectos, es un tesoro y se debe remarcar mucho, por más que en Gijón solo se mire a Santos Pargaña, que expulsó a Luis Hernández, la roja más dudosa, a Iván y a Cases, que ya debió irse antes a la ducha, lo mismo que Bernardo, porque es indudable que el Sporting confundió muchas veces la intensidad con la dureza. También echó a Sandoval, al preparador físico sportinguista y hasta a los recogepelotas, señal de que el partido fue de órdago y de que al árbitro le vino algo grande.

Y, además, la tangana al descanso, las peleas, la denuncia de agresión de Sandoval, que acusó a Ángel Rodríguez, segundo técnico zaragocista, terminaron de dibujar un escenario de lío monumental. Y de ahí sacó tres puntos el Zaragoza que deben marcar un antes y un después.

Porque en El Molinón se vio un equipo con alma, con rasmia y también unido en la celebración, señal de que ni los demandantes ni la actitud del club han erosionado la fe del grupo y que la labor psicológica de Paco Herrera sí ha funcionado esta vez. El triunfo refuerza al entrenador, acostumbrado a vivir entre dos aguas y a capear temporales y que apenas ha conseguido que su Zaragoza arrancara. Ayer, el equipo sí ofreció una imagen solvente para ganar en Gijón, como hizo en Mallorca o Las Palmas, todos triunfos con pedigrí.

Apostó Herrera por un once donde Paglialunga se situó por delante de la zaga y en el que Acevedo se ubicó junto a Barkero y Cidoncha para dar libertad arriba a Montañés y Roger. Y la apuesta funcionó, porque al Zaragoza se le vio más fluido en ataque, sobre todo por el poso que le dio Acevedo, hasta que se fundió, y por la velocidad de Montañés, que fue la pesadilla del Sporting. Además, el Zaragoza se encontró pronto con el gol, en el 3, tras un centro de Cortés que Barkero de cabeza convirtió en asistencia para Roger.

LEO Y MONTAÑÉS El tan madrugador tanto ya avisó de que iban a pasar muchas cosas en el partido. El Sporting no tardó en levantarse del golpe. Jara, Barrera, Cases y Scepovic empezaron a encontrar el fútbol y Lekic dio el primer aviso en un córner. Leo Franco, muy inspirado, lo repelió, como también un posterior disparo del serbio o una falta de Scepovic. El Sporting aprovechaba la debilidad en los flancos y el despiste de Álvaro para crear peligro, mientras que el debutante Arzo no implicaba una mejoría clara, ni siquiera por alto.

Al final, a puro golpe de intensidad, el Sporting empató. Cases se anticipó de cabeza a Arzo a centro de Luis Hernández desde el débil carril zurdo de Rico. Sin embargo, los zaragocistas, que nunca le perdieron la cara al encuentro, se repusieron rápido del golpe con una doble ocasión de Montañés desbaratada por Cuéllar e Iván. La tangana en el intermedio tras una falta de Cases a Barkero alteró el partido y a Santos Pargaña, que había demostrado ya un raro criterio con el reparto de tarjetas. Que le pregunten a Leo Franco y a Rico...

El caso es que tras la reanudación llegó la locura. Un error al alimón entre Paglialunga y Álvaro dejó solo ante Leo Franco a Sergio, el mejor local. Y no perdonó, pero a partir de ahí todo fueron malas noticias para el Sporting. El árbitro ya no le pasó ni una. Primero, a Luis Hernández, que se fue cuando mejor estaba su equipo. Montañés tras un mal despeje de Bernardo empató y provocó la expulsión de Iván, una tarjeta indiscutible.

Con Víctor y ante nueve, el Zaragoza se precipitó al sentir la obligación de ganar en tanta superioridad. Se empeñó, sin suerte, en entrar por el centro en vez de abrir las bandas, en lugar de generar espacios. Con El Molinón clamando contra el árbitro, lanzamientos al césped incluidos, Cuéllar detuvo el penalti de Víctor, cometido por Cases sobre el catalán, muy activo como revulsivo. Una pena máxima que dejó al Sporting con ocho. Con muchos nervios, una jugada entre Montañés y Álamo acabó en el taconazo de Víctor y en el gol del Cidoncha, defenestrado otros días y decisivo en Gijón en una victoria de oro puro.