—Ha estado en el cuerpo técnico del Birmingham, cargo que dejó en enero. Ahora ya es el momento de la retirada, ¿no?

—Sí, es la definitiva, ya lo había sido el verano pasado, pero me llamó un amigo, Josep (Clotet), y tal como me lo pidió me parecía que estaba bien y era una buena experiencia trabajar en la sombra. Han sido muchos años ya. Empecé como jugador profesional en 1972, con 18, ha sido una carrera muy larga sin duda. El fútbol es mi vida y cuando piensas que ha llegado el momento del adiós tienes que tomar la decisión. Además, si no la tomo, mis hijas y mi mujer me matan. Ellas siempre han sabido que había dos motores en mi vida, una era mi familia y la segunda era el fútbol.

—Ha sido jugador, entrenador, miembro del cuerpo técnico y hasta director deportivo… ¿Qué le llenó más?

—Por tiempo, mi sitio ha sido el banquillo, pero porque no podía continuar jugando al fútbol. Donde más feliz y satisfecho me sentí fue sobre el terreno de juego. Ahí fue donde más me divertí y disfruté. Yo me retiré con 33 años porque vi que llegaba el momento, hubiera podido continuar algo más, pero siempre fui muy exigente conmigo mismo y veía que ya bajaba el nivel.

—Fue centrocampista.

—Sí, de los de trabajo y sacrificio, de ida y vuelta, un 'box to box' que dicen ahora. Y solía hacer goles, en el Badajoz, donde estuve más años y se quedó ya mi residencia, soy el segundo máximo goleador de la historia, siendo un jugador de mediocampo. Por cierto, mi debut en Primera con el Sporting fue contra el Zaragoza.

—En los banquillos ha dirigido a 14 equipos profesionales distintos, algunos dos veces, como el Numancia y Las Palmas. ¿Hay alguno especial?

—Todos tenemos un equipo. Si le preguntas a Víctor Fernández, seguro que dirá el Zaragoza. Siempre he tenido muy claro que es el Badajoz, fue mi primera experiencia en el banquillo y conseguí subirlo a Segunda. Y hay otros dos que me han marcado, el Celta y Las Palmas, tras ascender a Primera.

—En ellos se quedó para dirigirlos ahí, en etapas muy breves y también estuvo muy poco tiempo en el Numancia en la élite. ¿Le molesta ser considerado un entrenador de Segunda?

—Es que es así, es totalmente cierto. Siempre di por hecho que me manejaba bien en Segunda y no me molestaba que me catalogaran así. Las oportunidades en Primera fueron consecuencia del ascenso y la del Numancia fue porque llegué a mitad de temporada para salvarlo en Segunda, regresé a casa y al año siguiente Lotina lo subió, no continuó y me llamaron a mí. Siempre dirigí equipos en la élite recién ascendidos y hay muy poca paciencia por la necesidad de no bajar. Y, además, siempre mantuve a esos equipos en la zona de abajo, pero salvados. No tuve la suerte de que quien decidía tuviera la paciencia de dejarme seguir trabajando.

—Ese ascenso con Las Palmas en la temporada 14-15 se lo quitó al Zaragoza, del que se había marchado un año antes.

—Son cosas del fútbol, casualidades. Yo dejé muy buenos amigos en esa ciudad y en esa semana del 'playoff' bromeábamos de la que nos había caído encima. Me llevé una gran alegría al subir con Las Palmas, pero fui feliz en Zaragoza y no sentí ni revancha ni nada parecido. Al ser tan reciente mi salida de allí, conocía a muchos jugadores y al propio entrenador, a Ranko (Popovic), con el que tengo una amistad de hace muchos años, también ahora con su hijo, que es agente en Inglaterra. Por todo en general me dolió que el Zaragoza no subiera entonces, porque además también lo merecía mucho.

—Aquel día en el estadio de Gran Canaria marcan el 2-0 a falta de siete minutos. La impresión era que, tras haberlo pasado muy mal, el Zaragoza iba a aguantar la ventaja del 3-1 de la ida.

—Pues yo no sé por qué, pero estaba muy tranquilo y tenía la sensación de que iba a llegar el 2-0. Quizá porque había vivido un ascenso hacía poco en Vigo, pero no tuve intranquilidad ni inseguridad. Sin embargo, sí tengo claro que el partido estuvo en el cabezazo de Dorca al larguero. Con ese gol, el encuentro hubiera tomado otros derroteros, no habríamos sido capaces de hacer tres más, no habría sido posible.

—Va al Zaragoza en el verano del 2013, antes de que Agapito Iglesias anuncie que Jesús García Pitarch es el director general.

—A mí me llamó Agapito. Cuando firmo por el Zaragoza lo hago con él. Y a los cuatro días me entero de que ha firmado García Pitarch y no sabía nada de eso.

—¿Cree que pagó no ser el entrenador del director general?

—No lo sé. Sí que creo que el equipo venía de un palo muy duro, de un descenso muy traumático tras una nefasta temporada. Eso necesita tiempo para curar heridas, para hacer un bloque, y no lo tuve. Entiendo que hay necesidades y urgencias, lo que implica la historia, pero no me lo dieron.

—¿Qué recuerdos le quedan de Agapito y Pitarch?

—Muy pocos. Lo dejamos ahí.

—El Zaragoza comienza el curso irregular, se levanta después y en noviembre hay varios resultados negativos que le ponen en la cuerda floja. Hasta se decía, y era cierto, que Pitarch ya tenía a José Bordalás en la recámara.

—Pero yo me suelo aislar de esas cosas. No me preocupo de las informaciones, aunque a veces sean ciertas y otras no. Me volcaba en analizar cuáles eran los errores y en tratar de solucionarlos. Sí vivía con la impresión de tener esa espada de Damocles. Si es que antes del parón de Navidad ya tenía la sensación muy clara de que iba a ser difícil acabar la temporada, que iba a tener que ganar muchos más partidos.

—En Navidad es cuando llegan los despidos de Paredes, Movilla y José Mari. Aquello dinamitó el vestuario.

—Me colocaron en una situación difícil y yo en privado me puse de parte de ellos. Me parecía que eran muy buenos profesionales. José Mari aún sigue jugando en el Cádiz y a gran nivel y los otros dos venían del año anterior y pienso que habría alguna situación arrastrada, quizá personal. No sé hasta qué punto dinamitó el grupo, pero no ayudó en nada. Fue un punto de inflexión negativo en un momento delicado, porque no tenía que ver con su comportamiento en el campo, con su nivel.

—Aun así, en enero el equipo aguanta el tirón y cae ya de forma abrupta desde febrero. Usted es despedido en la jornada 30.

—La temporada la habríamos salvado. Esa caída fue unida a una rotura del grupo que no fue provocada ni por los jugadores ni por el entrenador, pero estoy seguro de que esa herida se habría cerrado al final.

—¿No temía que el Zaragoza pudiera bajar a Segunda B? Estaba solo a dos puntos tras aquella derrota en Ponferrada que supuso su salida.

—Yo no temía por el descenso a Segunda B, para nada. Lo único que estaba en mi cabeza era la posibilidad de reaccionar y meternos en 'playoff'. El equipo se habría levantado seguro, no sé hasta dónde habríamos llegado, no quiero ser tan pretencioso de asegurar que hasta esos puestos, pero de que se habría levantado estoy más que seguro. Me conozco y soy muy constante, en el tiempo gano y si lo tengo soy capaz de retomar cosas, de lograr objetivos, porque soy pesado, currante e insistente. El tiempo va a mi favor, pero en el puesto de entrenador no es algo habitual y menos en un equipo con las urgencias de este Zaragoza tras esa temporada tan estrepitosa que significó su descenso.

—Se fue en silencio, solo leyendo un comunicado.

—No lo hice por mí. Pensé en el equipo, en el vestuario, y en la situación tan extraña que se vivía. Creía que la mejor solución era no hacer ruido con mi salida.

—A los pocos días de su destitución Pitarch dice que quiere comprar el Zaragoza. ¿Qué pensó?

—Me sonó a algo muy raro. No supe nunca darle forma. Yo pasé muy mal momento tras el despido, porque cuando me echan de un equipo en el primer mes casi hasta me escondo, prefiero meterme en un agujero y sacar mis conclusiones. Me llegaron esas informaciones de que quería comprar el club y me olía muy mal, pero nunca supe qué se escondía tras esa intención.

—¿Qué sintió con su salida del Zaragoza?

—Me marché con mucho dolor. Es que seguramente es el club más histórico que he dirigido, con la trayectoria y la afición que tiene. Para mí ir allí era un honor, pensaba en que iba a un grande que estaba en Segunda y en un mal momento y que me daban la oportunidad de arreglar eso. Así lo viví en mi cabeza cuando se me propuso la oferta. Recuerdo que al firmar por el Zaragoza estaba en Madrid porque tenía la posibilidad de ir a entrenar a Israel, al Maccabi. Me había llamado Jordi Cruyff y prácticamente le había dicho que sí, estaba para ultimar los detalles, pero surgió una llamada que lo cambió todo. Le dije ‘Jordi, discúlpame, pero me acaban de llamar y el Zaragoza es el Zaragoza’. Eso define bien lo que implicaba esa oportunidad para mí. Era el Zaragoza. Con eso estaba ya todo dicho.

—¿Se cruzó con el club en el momento equivocado?

—Seguramente fue así. Pero eso no tiene vuelta atrás, ya ha pasado. Si yo hubiera sido consciente, porque creo que en ese momento no lo fui, de pensar en todo lo que había rodeado a ese descenso del Zaragoza, con ese desastre que se veía, con la necesidad que tenía de recomponer todo… No pensé en eso, solo en que iba allí. Y eso estaba por encima de todo. No había sangre fría para decidir, pensé con el corazón más que con la cabeza.

—¿Qué recuerdo le queda de la afición? Tampoco la vivió en su mejor momento.

—Las aficiones fluctúan en su forma de comportarse en función de cómo van los equipos. En eso son todas iguales. Y el equipo venía de una situación muy difícil del año anterior y había un tremendo enfado con Agapito Iglesias. No comulgaban con él para nada y cualquier situación que se daba para manifestarlo lo hacían con protestas. Vi pronto que había ese divorcio y no puedo hacer un juicio de la afición porque ese momento era muy especial. Sí sé que en el poco tiempo que estuvimos hacia arriba, cuando las cosas rodaron, se volcó con nosotros apartando esas otras situaciones con la propiedad del club.

—Usted llegó tras el descenso y desde entonces no ha subido el equipo. Esta temporada sí tiene muy buena pinta.

—He visto pocos partidos, pero por lo que se percibe desde fuera, por lo que se huele, porque eso se huele, este es el año. El Zaragoza hizo bien en fichar a Víctor, alguien histórico y de la casa, y darle tiempo. Esa es la clave.

—La mala suerte ha sido el parón por el coronavirus.

—A ver si se puede terminar la Liga. Sería lo justo, pero tengo claro que este parón puede hacer mucho daño a equipos que como el Zaragoza iban lanzados. A ver qué pasa, porque no sabemos hacia dónde camina esta barbaridad de pandemia. Yo espero que no le penalice y que el club logre ese ascenso porque esa afición y esa cuidad lo merecen.