García Pitarch tiene poco más de un mes, hasta que se cierre el mercado de invierno, para que se descubra a qué ha venido al Real Zaragoza. Por el camino ya ha dejado señales inequívocas de funcionario a sueldo, de frío y caro gestor de una institución arruinada por quien le ha contratado, Agapito Iglesias. Despidos, recortes de gastos en todas las áreas... Con una sonrisa profidén como principal mueca de aire conciliador y las palabras ascenso y diversión en la boca, ha realizado a la perfección el trabajo y el papel que se le han encomendado. La cuestión es descubrir qué meta final le ha marcado el propietario además de la que le ha exigido la LFP.

El equipo es undécimo con una plantilla sin fútbol; La Romareda ha registrado un brutal descenso de abonados y la crispación general sigue en aumento. Un incendio de incertidumbres y conspiraciones arrasa el vestuario tras hacerse público que Paredes, Movilla, José Mari y Porcar han sido invitados a salir en enero sin que se asegure que sean remplazados para mejorar las prestaciones del grupo. Pitarch ha hecho una limpieza de las cuentas, pero no puede con las toneladas de basura acumuladas durante estos años por Agapito por mucho que intente esconderlas bajo la alfombra. Porquería de la que sobresalen 113 millones de euros de amenazadora deuda.

El director general maneja con destreza la excavadora y la licencia que le ha concedido el máximo accionista para la conduzca en una única dirección. Si a finales de mes siguen en la plantilla los señalados o se han ido y no han sido sustituidos por alguien que eleve el nivel para subir a Primera, García Pitarch habrá fracasado... O no, porque quizás su trabajo no tenga nada que ver con el éxito y mucho con el triunfo de sus funciones. ¿Algún año más en Segunda? ¿Liquidación? ¿Cobrar y a otra cosa mariposa?