Quien más, quien menos mira el calendario que se le viene encima al Real Zaragoza entre abril y mayo y ve monstruos de siete cabezas, rivales que despiertan un temor fundado por su posición clasificatoria y por su potencial en contraste con el del equipo aragonés. Después del Cartagena este jueves y el Fuenlabrada el lunes siguiente, llegarán el Almería, el Girona, Sporting, Espanyol, Mallorca y Leganés, con el Lugo, Las Palmas y Castellón entre medias como pequeños oasis para una mayor esperanza.

Desde ese prisma, el de los contrincantes que asoman en este empinado final de Liga, se pueden entender como puntos perdidos los dos que se quedaron en Logroño, los tres, o al menos uno, que volaron en Vallecas contra el Rayo tras un 0-2 y una notable primera parte o las derrotas frente al Alcorcón o el Oviedo producto de clarísimos errores individuales. El equipo acumula 34 puntos, tres por encima del descenso, cuando Juan Ignacio Martínez lo heredó cuatro por debajo, pero ha atravesado un tramo largo de calendario en el que podría haber hecho más despensa, si es que eso era posible con esta plantilla.

Con JIM, el Real Zaragoza ha elevado notablemente su eficiencia. Obtiene mejores resultados de los que parece. El equipo aragonés ha sumado el 53,8% de los puntos en juego, un ritmo magnífico para esta Segunda. Comparando rendimientos se entiende mejor: antes de esta jornada el Sporting, quinto y en ‘playoff’, había logrado el 56,9%; el Rayo, sexto, el 54,4%; la Ponferradina, séptima, el 50,5% y el Girona, octavo, el 48,3%. Justo es apuntar que el entrenador alicantino no se ha medido aún contra los mejores, pero por el momento los resultados le avalan. Ha resucitado al Zaragoza, que estaba para la chatarrería, pero paradójicamente su Zaragoza genera poca confianza social porque la propuesta es fea, el equipo no juega bien, cada partido pende de un finísimo hilo y la plantilla despierta muy poca fe.