Todo empezó en la sala de prensa del Lugo el pasado viernes. Allí comenzó el partido Eloy Jiménez, técnico del equipo gallego. «Hay que quitarle el balón al Zaragoza si queremos hacerle daño. Debemos ser valientes», advirtió. La declaración de intenciones era una trampa. El Lugo, como todos los rivales que han pasado por La Romareda salvo el Extremadura, también cambió su aspecto para enfrentarse al Zaragoza. Tres centrales, líneas muy juntas, solidaridad al poder y un delantero -Barreiro- al banquillo. Víctor, que había destacado y elogiado el fútbol asociativo de los lucenses, debía diseñar un plan para atacar, por primera vez en la temporada, una defensa de cinco. Una trampa en toda regla.

Y el Zaragoza esquivó el cepo a la perfección durante una primera parte en la que fue muy superior, pero, de nuevo, perdonó demasiado. Con Ros por Guti, Grippo por Clemente y el cantado regreso de James como novedades en el once, el conjunto aragonés encontraba sendas como mandan los cánones ante defensas pobladas: por los costados. Vigaray y Nieto aparecían de forma constante y el Zaragoza imponía su ley. Ya a los dos minutos, Dwamena pudo marcar. Debió hacerlo el ghanés, que cabeceó mal un saque de esquina medido de Kagawa. El fallo pareció afectar al delantero, que ya no levantaría cabeza en remates posteriores.

Tampoco anduvo fino Suárez al culminar de forma defectuosa una gran jugada de Ros apenas rebasados los diez primeros minutos. Las dos claras ocasiones no cambiaron, sin embargo, el plan del Lugo, que no deshizo la tela de araña en ningún momento.

Kagawa, tras un rebote, y otra vez Suárez en una clara ocasión, incidieron en la inoperancia rematadora de un Zaragoza que controlaba el partido ante un Lugo que solo se acercó una vez a Cristian en la primera media hora. Fue con un ensayo envenenado de Gerard Valentín que no sorprendió por poco al meta argentino.

Fue entonces cuando llegó la jugada clave del partido. Kagawa encontraba a Dwamena en un pase interior que el ghanés mejoraba todavía más con un control orientado que quitaba de encima al defensa, pero justo antes de adentrarse en el área, era derribado por Pita. La falta, fuera del área por poco, debió acarrear la expulsión del central del Lugo, que impidió con su entrada una diáfana ocasión de gol siendo, además, el último defensor. Pero Areces Franco, horroroso y con una actitud desesperante durante todo el partido, decidió que el castigo debía quedarse en amonestación para sorpresa general.

Aunque quedaba la esperanza del VAR, aplicable a este tipo de jugadas. Sin embargo, nadie corrigió el flagrante error del árbitro, que ni siquiera fue llamado a filas para observar la jugada en la pequeña pantalla. Al parecer, Varón Aceitón no lo estimó oportuno, lo que duplicó el mayúsculo fallo arbitral y encendió los ánimos de La Romareda, que no daba crédito.

Con una hora de partido por delante, el Zaragoza, aturdido por inoperancias propias y ajenas, fue perdiendo gas, mientras el Lugo empezaba a sacudirse el dominio del rival. El plan, de momento, funcionaba. Incluso, estuvo a punto de marcar, pero el disparo de Cristian Herrera golpeó en el travesaño justo antes de que Areces Franco señalara el camino a los vestuarios. La pitada al trencilla fue monumental.

Daba la impresión de que solo una pizca más de acierto separaba al Zaragoza de una victoria que merecía. Pero no era el día de los delanteros blanquillos. Dwamena tampoco acertó a cabecear bien un gran centro de Vigaray justo antes de que Pita enviara al poste izquierdo de su propia portería un tremendo envío de Nieto. Nada. No había manera. Estaba claro.

Pero el Zaragoza aún sufriría otro revés. Seguramente, el más doloroso de todos. Vigaray abandonó el partido al cuarto de hora de la reanudación con un fuerte pinchazo. El silencio se apoderó de La Romareda, consciente de la magnitud de la pérdida.

Víctor, que había tenido que recurrir a Delmás, hizo lo propio con Papu y Pombo, que no parecían las mejores opciones para atacar la nutrida defensa del Lugo. Álex Blanco, el único extremo puro de la plantilla, se antojaba una apuesta más coherente. Con demasiados hombres por dentro, el único camino hacia el gol parecía estar por fuera, pero Víctor dejó esa zona para los laterales y mandó un 4-2-3-1 plagado de mediapuntas. Nunca estuvo cerca del gol el Zaragoza. Sí un cómodo Lugo, que se topó con Cristian tras una galopada de Rahmani. Ya no pasó nada hasta el final. El Zaragoza, desquiciado, acabó contra la pared. Donde alguien debería mandar a Areces.