Desde que se gestó en el cerebro de Agapito Iglesias, y así ha ocurrido luego lo que ha ocurrido, el proceso de venta y reventa del Real Zaragoza se ha convertido en un novelón inconcebiblemente narrado en vivo y en directo y con una serie de episodios a medio camino entre el melodrama, la comedia berlanguiana y el terror. Todo esto ya ha sido más largo, crispado, tortuoso y amateur de lo que jamás debería haber sido. Que si la SAD acaba en manos de una serie de empresarios capaces de firmar algo en común cuando algunos ni se conocían entre sí, que si el contrato es inverosímilmente ventajoso para el vendedor de una propiedad en ruinas, que si los ocho millones que había preparados para salvar el match ball de las denuncias nunca existieron, que si las comisiones confesas, que si un sujeto disfrazado de jeque árabe en un hotel de Madrid (¿!), que si unos mexicanos desconocidos, que si Kadir Sheikh y sus tuits, que si los que en aquella foto oficial en el club y que parecían bien avenidos han acabado a tortazo limpio, que si el dinero, que si el poder.

El proceso, que será estudiado en adelante en las universidades para comprender qué no hacer jamás en el traspaso de una sociedad anónima deportiva con todas sus connotaciones emocionales a cuestas, empieza a consumirse en paralelo al propio Zaragoza, sobre cuya gloriosa historia caen las hojas del calendario como una amenaza creciente para su supervivencia. Ayer, el grupo que comanda Javier Lasheras lanzó un nuevo órdago: venderán la SAD a Sheikh si presenta garantías financieras válidas y asume el inasumible contrato que ellos firmaron con Agapito. El pakistaní no quiere sentarse en ninguna mesa si antes los empresarios aragoneses no aceptan renegociar el citado contrato, por el que Iglesias debería recibir ¡9,8 millones de euros! Esa es su condición previa.

La partida de póker jugada en el filo de la irresponsabilidad continúa. En la parte propietaria la desesperación por dar con capital va in crescendo. La otra bien que lo sabe. Esperando, los mexicanos y sus supuestos millones. Y, en medio, asistiendo absorto a la cuenta atrás, el Zaragoza, que no soporta más engaños, más disputas ni más crispación. Porque está a punto de estallar.