Tiene pinta la temporada de que al final será ni fu ni fa. Entiéndase lo de fa, o refá, en función de lo que se esperaba en tiempos de verano. El curso es un fracaso en cuanto a planificación, decisiones y desarrollo, pero cuando se oyó aullar al lobo cualquiera entendió que había que olvidarse de esas historias de color y echar a correr. Es lo que ha hecho el Zaragoza en las últimas jornadas con César Láinez, a quien ayer se vio con el gesto más torcido que en las dos tardes anteriores. No es de extrañar. Su equipo tuvo el 0-2 y lo tiró. Pudo llegar al 2-4 y no acertó. Ni supo qué hacer casi media hora cuando el rival se quedó con 10 y le ofreció todo el dominio. Lo intentó con menos fe que obligación, pensando quizá que ese punto que cualquier tarde hubiese sido malo, esta vez vale como bueno. Enseñó, además, todos los defectos asomados en la etapa de Milla y multiplicados con Agné.

No se entiende que el equipo sea un desecho físico, aunque aquí, ya se sabe, nadie tiene la culpa. Ni esta temporada, ni la anterior, ni la otra. Esa tara le impide competir en condiciones de igualdad, por lo tanto manifestar su reconocible superioridad con el balón. Sin la pelota, no hay duda, el equipo es poca cosa. Pero nadie le enseñó a tenerla. Es más, sus dos últimos entrenadores acabaron convirtiéndose en ultraconservadores, por no decir malos, en algunos planteamientos. Con Láinez sí la quiere. Consecuentemente, es mejor que su rival a buenos ratos.

Al otro lado llega el padecimiento de un equipo que no está preparado para jugar sin balón. No tiene capacidad de sufrimiento, no se abriga bien, no prolonga la concentración, no tiene el espíritu apropiado para suponer esos partidos de congoja. Si además se piensa que en 7 minutos ha ganado el partido, su fútbol vuelve al pasado, otra vez tan antiguo, tan rancio.

En las pausas que se da el equipo para expresar el fútbol que les ha interpretado César Láinez está la diferencia. Bastaría con sostenerlas para crecer en las transiciones y en el juego posicional, para sumar triunfos. Por ahí se ganó el 0-2 y se perfilaron otros dos goles antes de que el Zaragoza jugase en pretérito, insoportablemente blando, encajonado, equivocado. Las conocidas imperfecciones fueron enseñando situaciones repetidas en la defensa de los córners, en el poscionamiento retrasado, en las malas elecciones, en la precipitación. De la pelota al suelo se pasó alguna vez al horrible pelotazo de tiempos peores. Los cambios, además, le desmejoraron la cara. Nada Edu García. Aún menos Dongou, reflejo exacto de ese Zaragoza esponjoso del pasado último. La diferencia final estuvo en la portería, además. Lo dijo Láinez para elogiar a Casto, pero sacó a la luz el partido raro de Ratón, medroso otra vez en su área.

Si a todas esas deficiencias se les une el peso de la clasificación, se permite aceptar el punto por bueno, aunque sea malo. Por aquí se va ir yendo la temporada, en encuentros en los que el Zaragoza es lo primero, ni fu ni fa. El equipo ha mejorado mucho en tres semanas, con cinco puntos que le han valido para entender su incapacidad para reflejar su condición en la tabla. Le quedan por sumar todavía algunos más, pero el descenso, esta vez, parece que no será.