Es indudable que el corazón ha sido consejero de Víctor Fernández antes de aventurarse a repetir viaje con este Real Zaragoza de ligero equipaje (ese Víctor quédate que no deja de circular desde que se logró la salvación virtual enternece al más pintado). Pero no el único, ni el principal. Siempre ha sido un entrenador que ha medido sus pasos con la misma pasión que un reloj suizo, lo que, unido a su devoción por un fútbol más alegre y divertido, le ha permitido ganarse un estatus de profesional elegante, atractivo y perfecto dominador de la escena y de los amigos que le regalan hipérboles las merezca o no. En esta ocasión, su decisión --un giro radical del no al -- contiene un componente emocional en sintonía con sus intereses. Su carrera, a la que quería poner fin en el club aragonés con mayor jerarquía de la ofrecida, quema sus últimas etapas, y el reto de ser quien pilote desde el banquillo el regreso a Primera agiganta su legítima tentación.

La rueda de prensa que ha ofrecido para explicar los porqués de su apuesta por la continuidad ha estado encabezada por un discurso de entusiasmo patriótico con el ascenso de bandera y de pinceladas de su modesta aportación al proyecto "como uno más", con un Víctor que ha transmitido dominio sobre el tablero de ajedrez. Quizás porque dispone de una información exclusiva que, sin duda, podría afectar a una mayor disponibilidad económica "a corto o medio plazo". Preguntado por sobre qué piedra levantará su iglesia, el entrenador ha presentado un mandamiento: "Cambiar brutalmente la estructura física del equipo para competir con los mejores". Ese brutalmente garantiza su absoluto conocimiento de la realidad deportiva, de una plantilla confeccionada con claroscuros por Lalo Arantegui, director deportivo y, hasta la fecha, apuntador táctico de anteriores técnicos. Aunque Víctor ha utilizado un tono conciliador y corporativo, "de consenso" en la parcela de los fichajes --"no podemos cometer ni un fallo"--, la bicefalia está servida entre dos personalidades antagónicas en la forma de concebir el trabajo. No tiene por qué haber desencuentro, pero el que manda, manda. Y en este caso está claro quién impondrá su criterio.

La Fundación Zaragoza 2032 se ha entregado a los brazos de un icono del zaragocismo que repare sus considerables errores, aunque habrá que ir descubriendo hasta qué punto puede atender las ambiciones y los deseos de un entrenador que busca la gloria del club y la suya propia como culminación, en su tierra, a su dilatada biografía. Soplan vientos de cambio para un barco fantasma encallado en la costa del inmovilismo. Al timón, Víctor Fernández y su corazón con mecanismos de reloj suizo: fiable, preciso aunque, por contra, algo impuntual en el manejo de los vestuarios cuando la atmósfera se enrarece. La hinchada le adora y contempla en su figura al único capaz de reconducir al Real Zaragoza "donde se merece". Veremos si Dios quiere o puede apartar un cáliz con el veneno de siete temporadas.