Hay partidos que no se ven, que se juegan muy por dentro, a veces en las entrañas de lo invisible. Para detectarlos se necesita un dispositivo básico, un radar vinculado al corazón pero con base en la cabeza. El Real Zaragoza tuvo ayer uno de esos encuentros oscuros donde quien no cometió un error fue protagonista de dos. La expulsión influyó para la remontada. El penalti a favor, también. Entre ese par de situaciones favorables y ajustadas al reglamento, en una indigesta tarde de fallos barrocos y una defensa que tiró el fuera de juego como quien lanza a su peor enemigo por un acantilado, se introdujo Pedro Sánchez para darle aceite a las tuercas y a la victoria. Si todo llega a quedar en las botas de Borja, Galarreta, Lolo y (¡por Dios santo!) Álamo, el Girona no se hubiera ido sin botín de La Romareda. La decisión de Popovic de dejar a Willian José sin titularidad para imponer un sistema de ¿autor?, colaboró, como ya ocurrió en el Carlos Belmonte de Albacete, a presentar un Real Zaragoza que arranca atrevido y al cuarto de hora es un ente amorfo. Un viva la virgen a todo trapo.

Pedro no es fantástico, pero lo disimula a las mil maravillas entre bastidores o sobre el escenario, con los focos del gol sobre él. Esa doble virtud es lo que le hace grande para este equipo sin hilo y aguja, que por la mañana suele hacer ganchillo fino en ataque y al atardecer tricota el desastre en defensa. Todo sin intermediarios, a la intemperie de la improvisación y de una plantilla que puede morir de neumonía si le alcanza el estornudo de un caniche. El centrocampista, delantero, mediapunta y defensa, es decir el jugador total, es el más preparado para asumir responsabilidades cuando el resto gime por una pelota perdida.o se arruga porque el rival es superior.

Horas extras

Ranko le ha puesto a trabajar en esa línea de tres por detrás de Borja y el chico mete horas extras como para comprarse un Bugatti con los beneficios acumulados en un par de jornadas. El Albacete se dio una paliza. Contra el Girona, otro túnel sin aparente salida, recorrió el campo para ayudar en las coberturas, para ofrecerse en la salida de la pelota, para disparar de verdad y no con la uña, para dar una asistencia que para sí la querría Ruiz de Galarreta. Esa omnipresencia describe una personalidad altruista incluso en goles para la eternidad como el que marcó al Betis. Su polivalencia y sentido de la colectividad como principio fundamental de todo equipo sea flojo o musculado es un tesoro cuando escasean o no existen las joyas.

Sí, hay partidos que necesitan una bombilla, una luciérnaga, un faro a media luz para sortear la mar brava y las rocas propias. El Real Zaragoza tuvo ayer en Pedro Sánchez --y no es la primera vez--, a ese futbolista capaz de tirar del carro y también del caballo con las patas rotas. A ese tipo que cuando a los demás les da un síncope emocional por las adversidades, se les dispara un mecanismo interno de rescate. Quizás debería ser Pedro la piedra sobre la que edificar la nueva iglesia de Popovic.