El calvario en que se ha convertido la temporada del Real Zaragoza ha llegado a su punto más dramático. Con seguridad, el equipo aragonés acabará el fin de semana en puestos de descenso a Segunda B, una caída irreal porque el club no podría sostenerse en esa categoría y, por tanto, quedaría abocado a la desaparición. El abismo ya está ahí. A escasos metros. Tan cerca que asusta. Hay miedo. Mucho miedo. Y así debe ser. Porque, si a estas alturas todavía hay quien derrocha tanta arrogancia como para pensar que el mal es pasajero y que curará pronto, o es un inconsciente o un iluso. O ambas cosas. Porque para superar el miedo hay que hacerle frente. No negarlo.

Resulta imposible ser optimista ante un Zaragoza insoportable, indigno, incapaz e indefendible. Un equipo pobre y un pobre equipo al que no hay por donde cogerlo. Un desfile eterno de almas en pena que marcha directo al infierno sin que nadie sea capaz de evitarlo. Tampoco Alcaraz, al que ya se le ha acabado el beneficio de la duda. No puede ser de otro modo después de la cuarta derrota en seis partidos y la sensación de que este equipo no puede ganar a nadie. El fracaso es absoluto. De todos. De arriba a abajo. Y así se encargó ayer de dejarlo claro La Romareda, que cargó contra los jugadores, el técnico y el palco. Todos ellos son responsables de una afrenta que se ha llevado por delante la esperanza, la fe y la ilusión de una afición. Imperdonable.

El último capítulo de este drama fue un calco de tantos otros. Otro partido funesto de un equipo desesperadamente atenazado y cobarde. Sin recursos ni corazón. El Cádiz tampoco necesitó casi nada para acabar con un Zaragoza que lo hace todo mal.Arriba y abajo, donde dos laterales juegan de centrales y dos centrales no juegan. El rival llega con asiduidad y suele acertar en su primer intento. Lo han hecho muchos. Demasiados. También el Cádiz anoche. Otra vez antes del ecuador. Otra vez en su primera llegada clara. Otra vez sin merecerlo. Otra vez. Fue, en esta ocasión, una pérdida del indeciso Gual, de nuevo provocada por su excesiva e insoportable querencia en hacer siempre un regate más, el que propició la contra que acabó con el gol de Lekic.

Hasta entonces, el Zaragoza había mostrado más de lo mismo. Poca fluidez, nulo dinamismo, muchos nervios y toda la inseguridad del mundo. Y eso que, para variar, había disparado a puerta antes del cuarto de hora. Lo hizo Gual con un tiro demasiado centrado que desbarató Cifuentes. Poco antes, Cristian había hecho lo propio con un cabezazo de Lekic, que ya no perdonaría a la siguiente.

Todo estaba igual. Ni rastro de un equipo en tromba que apelara al corazón y al orgullo. No. El Zaragoza pagaba con sangre su propia candidez. Su miedo atroz. Y el guion era tan similar al de otros tantos partidos sufridos en La Romareda que daba pánico imaginar un final que estuvo cerca antes de la media hora, cuando Salvi marcó un gol que el árbitro anuló no se sabe muy bien por qué. El extremo, además, caería lesionado poco después y fue sustituido. El percance, en principio, favorecía a un Zaragoza en el que solo Benito ponía fútbol. Una internada del carrilero volvió a poner a Gual de cara al gol, pero tampoco esta vez disparó a matar y Cifuentes le volvió a ganar la partida.

Alcaraz echó mano de Álvaro a los diez minutos de la reanudación, poco después del segundo gol anulado al Cádiz por fuera de juego de Vallejo. Pero el cambio no cambió nada. Gual ocupó el sitio de James en el interior y nada más. El Zaragoza seguía con tres centrales y sin correr riesgos. Con Eguaras escondido en sí mismo, el plan ofensivo volvía a consistir en el balón largo desde atrás en busca de cualquier cosa. Al menos Álvaro aportaba desmarques y ofrecía otra alternativa al balón al pie. Gual, esfuerzo incontrolado, volvió a intentarlo un par de veces, pero Cifuentes siempre fue superior. El Zaragoza derrochaba y transmitía impotencia. Todo era lento y previsible. Un horror.

El Cádiz, a lo suyo, se limitaba a esperar en busca de una contra que diera la puntilla al manso. La tuvo Lekic, pero Cristian salvó el tanto y dio algo de vida al moribundo. Pero ni siquiera la entrada de Guti, seis meses después, y el 4-2-3-1 que dispuso Alcaraz aportaron fe a un equipo envuelto en sudores fríos de principio a fin. Álvaro pudo empatar en un arreón tímido de un Zaragoza que acabó el partido con Cristian intentando rematar un saque de esquina en busca de un mísero empate que maquillara un tanto su demacrado aspecto. No hubo milagro. Tres meses y medio sin ganar en casa, La Romareda destrozada y el abismo tan cerca. El peligro de muerte es real. Que nadie lo dude.

Real Zaragoza, 0

Cádiz, 1

Real Zaragoza: Cristian, Benito, Nieto, Perone, Delmás, Aguirre (Guti, m.64), Eguaras, James (Álvaro, m.52), Pep Biel, Pombo (Soro, m.76), Marc Gual.

Cádiz: Cifuentes, Rober, Mauro, Sergio Sánchez, Brian, Álex (Edu, m.73), Garrido, Jairo, Salvi (Carmona, m.39), Vallejo (Aketxe, m.85), Lekic,

Gol: 0-1, m. 20, Lekic.

Árbitro: Areces Franco. Colegio asturiano. Amonestó a Eguaras, Aguirre, Perone y Nieto, por parte del Zaragoza, y a Sergio Sánchez y a Carmona, por el Cádiz.

Incidencias: Casi 18.000 espectadores acudieron a La Romareda. Antes del encuentro se hizo pasillo al equipo zaragocista que participó en la Liga Genuine.