Fue una siesta de esas que te ponen mal cuerpo. Una pesadilla más que un sueño reparador. El intempestivo horario fijado para el encuentro ya hacía presagiar algo así entre dos equipos similares cuyo manual de estilo se escribe sobre la máxima de minimizar el error y tener la solidez por bandera. Y el encuentro confirmó las peores sospechas, sobre todo, por parte de un Zaragoza que no chuta. Quizá cometa menos errores, pero los que hace son gravísimos, y apenas llega arriba. De hecho, Cuéllar se retiró al vestuario con el traje casi impoluto en una de las tardes más tranquilas de su ya dilatada carrera deportiva.

El Zaragoza perdió su segundo partido consecutivo porque no le dio para más. Fue a Butarque a llevarse un empate y se volvió de vacío merced a un golazo imparable de Arnáiz de esos que hacen inútil preguntarse si pudo evitarse. Quedaba más de media hora por delante, pero ya había acabado todo. De eso se encargó un Leganés sobrio atrás y la inocencia atacante de un Zaragoza que ni siquiera llegó con peligro al área. Nadie creía en el empate. Ni fuera del campo ni dentro.

Hasta entonces, el partido había estado marcado por el equilibrio de fuerzas en una primera parte en la que solo los errores zaragocistas concedieron ocasiones de gol al Leganés. La primera, a los dos minutos, cuando Zapater, que jugó de inicio ante la lesión de Adrián en el calentamiento, falló en la entrega y la galopada de Arnáiz acabó sin consecuencias. La segunda, tras un despiste de Jair que Ojeda estuvo cerca de aprovechar y la tercera cuando, poco antes del ecuador del primer periodo, un resbalón de Nieto propició la internada de Palencia, cuyo centro mandó Santos a la grada. Demasiadas concesiones para un equipo todavía tan inmaduro.

Con todo, el Zaragoza se mostraba serio. De hecho, el equipo aragonés transmitía cierta sensación de tener controlado el partido. Eso sí, el área del Leganés quedaba muy lejos. Solo la insistencia de Narváez al perseguir un balón imposible que dejó en la bota izquierda de Nieto para que el canterano disparara fatal inquietó en cierto modo a un Leganés que no estaba cómodo, pero que tampoco sufría.

Otro error grave, de nuevo del debutante Jair, estuvo a punto de costarle muy caro al Zaragoza cuando el partido pedía el descanso. El central se perfiló fatal y no encontró el balón, que acabó en Santos, al que solo Cristian y una mala circulación final privaron del tanto. El argentino, irregular en el inicio de la temporada, rescataba su habitual papel de salvador de su equipo.

La trascedencia del argentino aumentó en los primeros compases de la reanudación, con dos intervenciones majestuosas que negaron al Leganés un gol que empezaba a merecer. El Zaragoza, dormido, se limitaba a tratar de rescatar el control de sí mismo. Pero, cuando parecía recobrar el reconocimiento, llegó el golazo de Arnáiz. Fue, otra vez, producto de una pizarra que viene maltratando al Zaragoza desde hace tiempo. Todo partió, como ante Las Palmas, desde la esquina. Con todos los efectivos en el área y Bermejo atento al rechace pero demasiado lejos de cualquier adversario, Gaku buscó a Arnáiz, que esperaba cerca de la frontal para enganchar la volea. Pero el talaverano prefirió controlar antes de mandar un misil a la escuadra derecha del marco bien defendido por Cristian, que nada pudo hacer para evitar el tanto.

Las caras de los zaragocistas eran delatadoras. Con un mundo por delante, no hubo arengas ni puños cerrados. Solo miradas al suelo, cabezas gachas y una descorazonadora sensación de entrega y rendición.

Baraja tiró de Larrazabal para reubicar a Narváez en la izquierda y situar a Bermejo por detrás de Vuckic primero y Toro Fernández después, pero siempre dentro de ese 4-4-2 innegociable que asegura tener tan empapado. Nada de adaptar el sistema a las características de los futbolistas. El 4-4-2, como lo fuera aquel rombo antaño, es sagrado y solo admite ciertas variaciones tan insustanciales como el fútbol de un Zaragoza espeso y oscuro que ya no dio señales de vida más allá de una media vuelta de Vuckic que detuvo Cuéllar sin problemas y de una falta directa de Zapater que rozó la escuadra.

Decía Baraja en la previa que el equipo está cerca de alcanzar su identidad. Ayer admitió que aún se encuentra lejos de lo que pretende. Esa incongruencia es la que mejor define a un equipo anclado a un dibujo que, de momento, está lleno de tachones.