El Real Zaragoza se encuentra en ese estado de gracia que distingue a los equipos que también ganan los días sin casi nada en las botas. Incluso cuando lo hacen con un futbolista menos en el once aunque esté inscrito en el acta, como es el caso de Kagawa, quien estuvo toda la noche, una vez más, en el calabozo de las estrellas crepusculares. Las Palmas no hizo mucho más en un partido rácano, feo, buscando tan solo a Pedri como recurso ofensivo, un adolescente de maneras exquisitias. Áreas estériles, imprecisones a granel, ni un solo pase decente, ocasiones falladas con estrépito... Pero el equipo de Víctor Fernández, en su imparable escalada, parece ungido por esos dioses de los detalles menores, y además cuenta con Luis Suárez, quien, inspirado o no, en su guerra del fin del mundo es capaz de sacar un penalti para la victoria de donde parecía instalado el empate. Javi Ros esperaba para entrar en el campo y lo hizo para lanzar y marcar esa pena máxima en su primera intervención. Sin duda fue el mejor toque de todo el encuentro, una fuente de vida en los mares de marte.

Hay triunfos difíciles de explicar, si bien,desde lo más profundo del análisis habría que descartar la casualidad. El Real Zaragoza pudo haber salido del partido con cualquier resultado, pero lo hizo con una victoria grande bajo el brazo. El de Cristian Álvarez también, porque el portero, apenas sin trabajo, tuvo que emplearse al menos en un par de oportunidades como el especialista en escenas peligrosas que es. Amontonado, afligido por momentos, sin nadie en la dirección artística y carente de verticalidad, el conjunto aragonés contuvo a su adversario, que le igualó en insustancialidad y en apatía. Callejones sin salida y ni una sola farola; atropelladas decisiones; pelotas que van y vienen sin propietarios. En la segunda parte hubo algún amago para justificar este deporte como un espectáculo, por ejemplo un quiebro de Puado para retar sin éxito a Valles y un regalo del propio guardameta para Kagawa, que se lo devolvió sin abrirlo en un gesto que le nominará para el premio Nobel de la Paz... Sus compañeros no lo harán.

A este tipo de partidos hay que llevar, por si acaso, una caña. El Real Zaragoza va perfilándose, sostenido en sus ganancias, como un paciente pescador. En Las Palmas se sentó al borde del malecón de un charco, y esperó sin urgencias a que algo picara su anzuelo. Resulta que fue una ballena. Quién lo iba a decir, pero estaba allí, justo donde Luis Suárez vio que se movía algo.