Estaba sentado en uno de los salones interiores del Gran Hotel una tarde de sábado haciendo lo que tan bien hace aunque tan poco le guste. Explicando en una entrevista su propuesta, sus razones, sus argumentos y sus ilusiones. Sus miedos, no. Porque miedo no tuvo al decirle que sí al Real Zaragoza cuando la SAD le propuso su regreso en el momento más crítico de esta durísima travesía por Segunda, con el equipo en zona de descenso y señales muy negativas. En la cercanía, el entrenador aragonés transmite el mismo convencimiento, la misma seguridad, tanta confianza y convicción en su idea como ha conseguido inocular en todos y cada uno de sus jugadores en solo dos jornadas de Liga.

Víctor Fernández ha cambiado el Real Zaragoza por completo: seis puntos de seis posibles, uno más en dos fechas que los que hizo Lucas Alcaraz en ocho. Pero sobre todo ha convertido un equipo perdedor y con muy mala pinta en un equipo ganador y con una imagen seria, ilusionante y muy persuasiva. Con un fútbol de ataque. Quedan por hacer ajustes atrás, pero ha sido fantástico el crecimiento desde una propuesta personalísima, basada en la capacidad de crear con el balón y un considerable aumento de las llegadas a la zona de gol. Víctor ha recuperado a los mejores futbolistas, algunos perdidos en el fondo del banquillo de manera inverosímil en la etapa precedente, los ha puesto en el campo y en su sitio y ha marcado una distancia tremenda entre su figura y la del anterior entrenador. De un mundo de tinieblas a un mundo de esperanza.

Entre introspecciones, aquella tarde en el Gran Hotel Víctor Fernández dejó esta frase. «No soy pitoniso, pero el Real Zaragoza ascenderá muy pronto». No dijo cuándo. Ni en qué estaba pensando.