Ya nada es irrefutable en el Real Zaragoza. Ni nadie. La histórica debacle del equipo, ya en puestos de descenso a Segunda B, pone en entredicho decisiones y actuaciones llevadas a cabo desde todos los estamentos de la entidad. Nada está a salvo. Ni la elección de los entrenadores, ni el estado físico, ni el diseño de la plantilla. Tampoco, por supuesto, la designación del rombo como el sistema de cabecera y emblema del club. La crisis obliga a un análisis de los apartados que ahora están bajo sospecha.

Es un tópico cuando un equipo se encuentra en una situación tan delicada como la del Real Zaragoza en la actualidad. El mal momento futbolístico se asocia tradicionalmente con un déficit físico aunque los profesionales suelen poner en cuarentena esta ligazón. Pero, en este caso, el precario estado físico del Zaragoza es palmario. Evidente. Flagrante. Las lesiones o la mala forma de determinados futbolistas esenciales asoman como principales causas de este déficit. Pero la cuestión es saber por qué se ha llegado a este punto y averiguar cuáles son las causas de tamaña acumulación de percances y del lamentable estado de otros que se han librado de lesiones pero cuyo rendimiento es ínfimo.

No es normal que en apenas cuatro meses se hayan producido alrededor de una decena de lesiones, sobre todo, roturas de fibras. El mal estado de los campos de entrenamiento, una preparación física deficiente o la mala fortuna son los argumentos más recurrentes a la hora de indicar las posibles causas. Idiakez habló de lo primero aunque voces dentro del club cuestionan la escasa carga de trabajo programada durante el verano por parte del anterior cuerpo técnico.

El rombo no funciona, pero cualquier sistema es secundario respecto a los estados físicos y anímicos. Y el Zaragoza es un drama en ambos. El rombo se sostiene sobre Eguaras, en el vértice inferior, Zapater y James en los costados y Papu en el superior. Y ninguno de ellos está en condiciones. El georgiano está lesionado desde hace un mes, el ejeano y el nigeriano están lejos de su mejor versión física tras sufrir sendas lesiones y Eguaras está demasiado lejos de un nivel aceptable tras varios meses de ausencia por una pubalgia que todavía le causa molestias. ¿Tiene sentido insistir con el rombo si ninguno de sus componentes está bien? Estas situaciones exigen, ante todo, contar con los jugadores que estén mejor físicamente.

Quizá es hora de desprenderse del balón y centrar los esfuerzos en defender mejor al rival, presionar y buscar el ataque rápido. Se trata, sobre todo, de hacerse fuerte a través de dejar la portería a cero y, a partir de ahí, adquirir la confianza necesaria para introducir otros condicionantes. Pero siempre sobre un paciente mejorado. Los jugadores que deben dar fútbol al Zaragoza no están bien. En cuerpo y en alma.

Dicho está que el déficit físico influye decisivamente en la capacidad anímica del futbolista para rendir de acuerdo a sus posibilidades. Pero la cuestión, además, es si la plantilla está capacitada mentalmente para revertir esta situación. La más delicada de la historia moderna. El Zaragoza se ha metido de lleno en un problema de consideración y su caída en barrena le ha llevado directamente a posición de descenso a Segunda B, una situación inédita para la práctica totalidad del plantel.

Además, la apuesta de la dirección deportiva por jugadores jóvenes y con hambre provoca que ninguno de ellos se haya visto en una situación así y, por tanto, carezca de experiencia para saber qué conviene hacer y cuál es la fórmula más adecuada para salir del pozo. Hay veteranos en una plantilla que es de las más jóvenes de la categoría, sí, pero no demasiados, así que la urgencia de una victoria que ponga fin a la nefasta racha y alimente la baja autoestima actual ya es acuciante. En esta cuestión, la labor del cuerpo técnico también es esencial.

Lucas Alcaraz lleva dos partidos en el banquillo zaragocista y, aunque él asegura que algo ha cambiado, no es esa la sensación que transmite el equipo. Ni un solo gol a favor, cuatro en contra, la peor clasificación de la temporada, más dudas que nunca y un equipo que no levanta cabeza. Quizá es pronto para evaluar al granadino. Y más aún para señalarlo e incluirlo entre los máximos responsables de la situación, pero su mano no se ha notado en nada. El equipo juega igual de mal, con el mismo sistema y una elección de futbolistas casi calcada a la de Idiakez. Al entrenador le toca actuar ya. No tiene sentido insistir en lo que no funciona.

Habló Alcaraz tras el partido ante el Granada de la necesidad de acometer una «reconversión general, no un parche», dejando la cuestión abierta a conjeturas y especulaciones. ¿A qué se refería el técnico? ¿Esas palabras hacían referencia al famoso rombo o a la composición de la plantilla o nada más lejos de la realidad? Quizá la respuesta esté el lunes en Tarragona.

El Zaragoza y el zaragocismo siguen llorando a Borja Iglesias, uno de los futbolistas más diferenciales que han pisado La Romareda en los últimos años. Un jugador que daba sentido a un estilo. Una referencia que ha dejado un vacío demasiado grande. Las lesiones han lastrado a los dos delanteros que llegaron para, entre ambos, sumar todo lo que aportaba el gallego. Sin Gual y Álvaro, el Zaragoza lleva más de cinco horas sin marcar un gol en jugada. Tremendo. En todo caso, con ellos, el Zaragoza ya había acumulado tres partidos sin ganar. Ahora son ya ocho.

Pero hay otras ausencias tan relevantes como las de Borja. Están, pero no están. Y son demasiados. No hay ni rastro de los laterales decisivos de la pasada campaña, ni de los centrales que consiguieron cierta regularidad. El centro del campo, dicho está, sigue plagado de elementos fuera de forma y tampoco el banquillo está aportando. Hay demasiados errores individuales groseros y solo el portero aprueba en lo que va de temporada.