—¿Conoce a Borja Iglesias?

—Personalmente no.

—¿Lo ha visto jugar?

—Sí. Es un delantero centro nato. Además de calidad, tiene recursos. Le hacen muchas faltas, pero él también las hace y las sabe disimular. Es bastante corpulento y sabe aprovecharlo, es un gran jugador. Es el más resolutivo junto al del Valladolid (Mata), pero este tiene ventaja porque su equipo es más goleador, juega más abierto.

—Se ven pocos delanteros de ese estilo hoy en día. ¿Le parece un delantero antiguo?

—Sí, aunque en mis tiempos también había delanteros de todo tipo. Yo era goleador y no tenía ni altura ni fortaleza física. Pesaba 62 kilos y medía 1,70. Lo mío era otra clase de fútbol, tenía que aprovechar mis cualidades, la intuición y la anticipación.

—¿Se parecía poco a Borja?

—En lo físico, nada. Técnicamente, él juega con las dos piernas y yo solo le pegaba con la derecha. era muy habilidoso y fui el máximo goleador en todos los clubs por los que pasé: en el Villanueva de Segunda regional con 14 años, en el Zaragoza juvenil, en el Huesca, en el Granada…

—Fue máximo artillero de Primera en la 71-72 con 20 goles. Entonces era una cifra alta que casi nadie alcanzaba y hoy parecen pocos. ¿Cómo lo explica?

—En los extranjeros. Después de mí, hasta que no llegó Kempes cinco o seis años después nadie marcó más goles que yo. Ahora también se pitan más penaltis. El año que yo fui pichichi, por ejemplo, al Granada solo le pitaron un penalti a favor. Y no lo tiré yo porque no era especialista, no tiré nunca un penalti.

—¿Cuántas veces le han dicho que hacía goles como churros?

—Muchas. Bromas entre compañeros. Y goles de churro también, pero eso nos ha pasado a todos los delanteros. De todas maneras, goles hice muchos, pero churros he hecho muchos más en mi vida.

—¿Qué delantero le llamó la atención?

—Estuve con Lobo Diarte y con Jordao, por ejemplo. El que antes me había impresionado mucho era Marcelino. Cuando vi el gol de la Eurocopa, pensé que había tenido suerte porque es muy difícil colocar un balón como lo hizo él rematando a medio metro del suelo. Después, cuando estuve entrenando con los Magníficos, me di cuenta de que, de suerte, nada. Al final de los entrenamientos se quedaba siempre Carlos (Lapetra) chutando córners y Marcelino en el remate. Este le decía: «¿Dónde quieres que la ponga?». Carlos le contestaba: «En este palo, en la escuadra aquella...». La remataba donde quería, era impresionante, un gran rematador de cabeza.

—El Lobo tampoco era cojo.

—Uno de los mejores delanteros de la historia del Zaragoza. Iba bien de cabeza, regateaba con el cuerpo, le pegaba con las dos piernas y era rapidísimo. Uno de los partidos más bonitos que recuerdo fue ante el Barcelona, que venía con Cruyff, Rexach, Marcial, Asensi... Nos iban ganando todo el partido. 0-1, 1-3, 2-4... Diarte marcó tres goles y yo el 4-4 cuando me sacaron en los últimos minutos. Él marcó cada uno de una manera. El primero en plancha, otro que quebró a Migueli y pegó un zambombazo a la escuadra, el otro... no me acuerdo ahora. Da igual, otro golazo. Lo que quiero decir es que Carlos era imprevisible. Jordao era un gran pelotero, pero tuvimos aquel problema entre las figuras (con Arrúa) y ese año se bajó a Segunda. Era un gran delantero, pero por circunstancias se tuvo que marchar.

—¿Fue el gol de su vida?

—No. El más emotivo fue otro ante el Barcelona pero jugando con el Granada. Un 2-0 que mi padre vio en directo en Los Cármenes con todo el campo gritando: «¡Porta, Porta, Porta!». En Zaragoza, del partido que más me acuerdo fue de una semifinal de Copa ante el Betis que ganamos 2-1. Jugué yo porque Diarte no podía y marqué dos goles. En la vuelta marcó Carlos (1-1) y pasamos a la final, la que luego perdimos contra el Atlético.

—¿Qué recuerda de aquella final de junio de 1976?

—Fui suplente. Nunca entendí por qué no salí si íbamos perdiendo. Estaba Carriega. Nos ganaron (1-0) sin ser superiores a nosotros ni mucho menos.

—¿Empezó en el Villanueva?

—Sí. En Segunda Regional con 14 años. Tenía un amigo portero, Benedé, que era muy bueno. Entonces jugaba por la mañana con el juvenil y por la tarde con el regional.

—¿Recuerda quién le llamó para jugar en el Zaragoza?

—Había un señor que yo reconozco como mi padrino futbolístico, Daniel Cativiela, que le gustaba mucho el fútbol y tenía dinerillos. La primera televisión que hubo en mi pueblo la tenía él. Cuando jugaba el Madrid los partidos de la Copa de Europa, me llamaba a su casa para que los viera. Yo tenía unos 10 años. En los pueblos no había quien te siguiera, no había ojeadores. Pero él conocía a un árbitro internacional aragonés, que también era seleccionador, Julián Arqué, y me llevó a un partido de prueba. Después del partido, automáticamente fiché por el Zaragoza juvenil. Estuve tres años. Teníamos un equipo de categoría, con Blázquez, Miguel Planas, Chirri y Vicente Mayoral. Casi todos jugamos en Primera muchos años.

—¿El Huesca fue el primer equipo con el que triunfó?

—Estuve primero un año en el Amistad de Zaragoza, en Tercera División. Desapareció justo entonces; el Zaragoza compró los derechos y se convirtió en Aragón. Me fui cedido por el Zaragoza al Huesca tres temporadas, de una en una. Perdieron los derechos sobre mí y las 400.000 pesetas de traspaso se las pagó el Granada al Huesca. Le vinieron muy bien entonces, además de un partido amistoso.

—¿Cuántos goles marcó?

—Llegué a 18 goles las dos primeras temporadas y la tercera marqué 34. Fui el máximo goleador de Primera, Segunda y Tercera División. Fue cuando me hizo una oferta el Zaragoza a la que yo dije que no. Me volví al Huesca y solo estuve una semana porque me fichó el Granada.

—¿El goleador nace?

—Sí. No puedes llevar a un chaval a una escuela y enseñarle a ser goleador. Podrá aprender cosas, pero si no vale, no vale. Eso se lleva dentro. Mi hijo Jesús era muy bueno, lo tenía en los genes, con cualidades muy superiores a las mías, en altura, en pegada con las dos piernas... Pero no le gustaba entrenar.

—¿Y su astucia?

—Eso era lo mío. Con 4 años ya iba con un balón que era más grande que yo. Era listo. Donde caía un balón dentro del área, ahí estaba yo, para meterla con la puntera o con lo que fuera. Y de cabeza metí muchos goles, todos de anticipación porque no podía competir físicamente con los centrales.

—¿Cómo fueron sus primeros años en Los Cármenes?

—Jugué muy poco. Entonces aún no había cambios y apenas entré en el equipo. El segundo año me cedieron al Recreativo, que era el filial, porque el entrenador, Néstor Rossi, me dijo que le gustaba mucho pero como defensa. Yo no había jugado nunca de defensa ni quería, así que me fui al filial y marqué 18 goles. A la tercera temporada volví al primer equipo, jugué algo más y me renovaron aunque yo no me lo esperaba. Ese fue el año que me quedé pichichi con 20 goles.

—¿Cómo fue esa temporada?

—Nos salió una temporada muy buena, quedamos sextos. La afición la tenía a favor. El primer partido que jugué de titular quedamos 1-0 y marqué el gol yo. Desde entonces empezó la gente con lo de ‘Porta, Porta...’. El técnico era Joseíto. No le caía muy bien, no sé por qué, pero no le quedó más remedio que ponerme.

—¿Cree que llegó al Zaragoza demasiado tarde?

—A la vida no hay que darle más vueltas. Tuve mucha suerte de llegar hasta donde llegué. He tenido compañeros peores que llegaron más alto y compañeros mejores que no pasaron de Segunda. Hay que buscar la suerte con tesón y aguantar momentos duros como el segundo año de Granada. Yo me podía haber ido entonces al Jerez en Segunda, pero no quise. Y acerté.

—¿Alguna vez se imaginó ser pichichi de la Liga?

—Nunca, y menos en el Granada. Me di cuenta cuando quedaban pocos partidos porque les llevaba bastante distancia. Yo acabé con 20; Germán, con 15; y Uriarte, con 14. El Granada metió ese año 40 goles y yo logré la mitad jugando 31 partidos.

—¿En Granada se acuerdan mucho de Porta?

—Muchísimo. Soy el jugador más carismático allí. Me pusieron un mural enorme en la entrada principal del estadio, una imagen de un remate de tijera. Cuando voy, me tratan como a un rey. Ahora los propietarios son unos chinos, pero el año pasado me invitaron a un partido y me regalaron un reloj, me dieron un ramo de flores... Han hecho una ciudad deportiva espectacular, además.

—¿No es raro que sea el único pichichi aragonés de la historia?

—Enseguida me di cuenta de que iba a ser muy difícil que alguien más lo consiguiera. No es que sea difícil que lo sea un aragonés, lo es que lo sea un español. Desde que se produjo la llegada masiva de extranjeros, ha debido de haber cuatro o cinco pichichis españoles. Empezaron Cruyff, Kempes, Hugo Sánchez y compañía. Hasta ahora, que Ronaldo y Messi lo acaparan todo.

—¿Cuánto se echa en falta el fútbol cuando se deja?

—Monté pronto este negocio (Chocolatería Porta), que es muy absorbente. Dejé de ir al fútbol de forma radical, aunque he seguido a todos los equipos en los que jugué, el de mi pueblo también.

—¿No se quejará de campo en Villanueva?

—No. Aunque a mí me gustaba más el antiguo, cuando quitábamos las piedras para poder jugar, poníamos cañas... Otra historia y otros balones, aquellos de correón.

—¿Se parecen poco el fútbol de antes y el actual?

—Son completamente diferentes. Antes los defensas marcaban a los extremos, ahora los laterales se tiene que preocupar de los laterales. Ahora hay pivote, doble pivote, trivote, al balón le llaman esférico... (risas). Los futbolistas salen programados al campo. Se deben de ver todo y salen condicionados pensando en el rival. Antes salías a hacer lo que sabías hacer, era todo más improvisado, más bonito. Ahora es más rápido y más técnico, pero no tiene la misma gracia.

—¿Qué recuerda del equipo de los Magníficos?

—Eran una pasada. Recuerdo una eliminatoria con la Juventus impresionante. Se puso el Zaragoza 3-0 aunque al final acabó 3-2. Eran buenos, pero también listos. Recuerdo que a Yarza le tiraron una falta que para mí era directa y le metieron gol. Yarza, ni corto ni perezoso, puso el balón en el área para sacar de puerta. El árbitro se quedó dudando y Yarza le señaló que había levantado un poco el brazo (risas). El árbitro se quedó sorprendido y, mientras se lo pensaba, sacó rápidamente de puerta y siguió el partido (risas). La vuelta fue 0-0 (el Zaragoza ganó ese año 64 la Copa de Ferias) y se clasificó el Zaragoza con un partidazo de Santamaría. Era un armario, muy bueno.

—¿Y los delanteros?

—Cada uno hacía lo que tenía que hacer. Canario era un extremo rápido y habilidoso que tuvo la mala suerte de tener por delante en Brasil a Garrincha, casi nada; después estaba Santos, que era el más tosco pero muy trabajador; Marcelino tenía el gol; Villa era el artista; y el organizador, Lapetra.

—¿Va a La Romareda?

—Cuando me jubilé nos llamaron para que fuéramos, había poca gente. Fui tres años con mi mujer, hasta que empezaron a poner alguna pega. Ya solo me daban una entrada. «Yo voy con mi mujer a todos los sitios: al pueblo, a Granada, a La Romareda... Si solo hay entrada para mí, déjalo», les dije. No hay problema. Esta temporada sí que hemos ido a cuatro partidos, ante el Huesca, el Lorca y los dos del Granada. También fui a Los Cármenes a ver al Zaragoza en enero.