El domingo 10 de marzo de 1991 el Real Zaragoza jugó en Valencia un partido de Liga que perdió por 2-0. Una jornada más si no fuera porque aquel fue el primer día en el que Víctor Fernández era el responsable del primer equipo tras la dimisión de Ildo Maneiro, el primer día de una carrera de éxito que hoy cumple 30 años. El principio de la historia.

El técnico había llegado al club procedente del Stadium Casablanca en 1988 para ser segundo de Radomir Antic y esa temporada 1990-91 la empezó dirigiendo al filial. La dimisión de Ildo Maneiro el 4 de marzo de 1991 precipitó los acontecimientos. «Cuando se fue Ildo Maneiro consideré que era una persona que tenía ya una relación con el Zaragoza, conocía a la plantilla y podía hacerse cargo del primer equipo», recuerda el presidente en aquel momento, José Ángel Zalba.

Los jugadores de aquel plantel coinciden en que el conocimiento que se tenían mutuamente fue positivo para Víctor y que el margen de maniobra del técnico era más bien estrecho porque la plantilla no podía cambiarse. También repiten las dificultades pasadas ese año y los elogios a Ildo Maneiro. La salida del uruguayo no fue normal. Porque fue una dimisión, no un despido, y porque lejos de provocar alivio o alegría, dejó triste al vestuario. «La situación tampoco era para echar al entrenador, había buena armonía, los jugadores no ponían ningún problema, al revés», recuerda Zalba, que no tenía previsto echarlo.

«Maneiro era un buen entrenador y una gran persona. No sé si he conocido un entrenador mejor persona que él», dice Pascual Sanz, que recuerda perfectamente el último partido del uruguayo. «Presentó la dimisión después de jugar contra el Espanyol, que quedamos 1-1 en casa. Merecimos ganar de sobra, se lesionó Manolo Peña, empatamos de penalti y fallamos otro penalti. Recuerdo que cuando se fue, que es lo más impactante que he visto en mi vida, había suplentes llorando. Eso no lo he vuelto a ver», asegura el zaragozano.

«La salida de Ildo Maneiro para el vestuario fue un palo porque tenía una relación de comunicación con los jugadores, todos estaban con él, los que jugaban y los que no, porque era una persona que unía al grupo y había muy buen ambiente. Recuerdo que en su despedida hubo gente que lloró», apunta Cedrún. «La dimisión fue difícil para el vestuario porque fue una persona que se hizo querer mucho, un entrenador al que quizá le costó adaptarse a lo que era el fútbol europeo. También es cierto que cogió un equipo que perdió efectivos importantes (Señor, Villarroya, Juanito, Vizcaíno) y que no consiguió cambiarlos de manera adecuada, con lo que el potencial del equipo se vio muy disminuido y fue víctima de eso», corrobora Narcís Juliá.

Ninguno recuerda grandes discursos ni grandes cambios de Víctor, pero sí la responsabilidad de todos por sacar al Zaragoza de aquella situación. El equipo estaba solo dos puntos por encima de los puestos de promoción que, finalmente, acabó ocupando. «No recuerdo que dijera nada diferente, no hubo así una cosa que fuese impactante en aquel momento. Tenía confianza con mucha gente, no es esto que llega un desconocido sino que sabías cómo pensaba. Con los segundos entrenadores normalmente incluso la gente hace más confianza que con el primero, que guardas más las distancias porque hay que mantener el respeto», explica Pascual Sanz.

«Era un entrenador joven, que empezaba, sin experiencia en el fútbol profesional, y se encontró con una situación compleja, muy complicada, jugando cada jornada al límite. Lo solventamos bien un poco entre todos. Era un equipo con jugadores de experiencia y pusimos lo mejor de nosotros para ayudarle a él a gestionar el día a día y la competición y salvamos el año. Fue salvar el año y a partir de ahí la historia de Víctor como entrenador es más que conocida después de esos meses de sufrimiento. Tomó vuelo y se convirtió en el entrenador que ha sido y es», asegura Juliá, que destaca el papel de los futbolistas en un fútbol muy diferente.

«El fútbol era más rústico pero tenía unos valores desde el punto de vista del compromiso que quizá ahora se han perdido un poquitín o yo creo que se han perdido. El futbolista no buscaba excusas, miraba para adentro. En aquellos años cuando había problemas nos reuníamos en el vestuario o en las habitaciones de los hoteles y nos metíamos caña a nosotros mismos. Nos mirábamos a la cara y nos decíamos, tú qué puedes hacer por el equipo. Nos decíamos las cosas a la cara y eso hacía que cuando salías al campo, salíamos unidos, como equipo. Y no tanto como ahora que es el entrenador el que tiene que dar con la tecla», dice Juliá.

Los recuerdos de Cedrún son similares. «La gente veterana se volcó a su favor, tranquilo Víctor, te vamos a apoyar, te vamos a ayudar. Porque claro, una cosa es ser segundo entrenador y otra primero con sus decisiones y todo. Esas decisiones y esa situación hacía que toda la gente respetáramos a Víctor Fernández como alguien nuestro. No era ahí viene un entrenador y marca sus pautas, fue más una comunicación para ver por dónde tenemos que ir y cómo tenemos que salir».

El primer partido fue una derrota. «En Valencia. Lo recuerdo porque eché un balón hacia atrás a Cedrún, la cortó Eloy y marcó gol. Luego ganamos en La Romareda contra el Betis, pero aquel perdimos 2-0 y ese fue el segundo gol. Tengo un mal recuerdo por la derrota y por aquella acción determinada», cuenta Pascual Sanz. Los resultados no mejoraron drásticamente. «La trayectoria del equipo fue similar a como estaba. No se mejoró en puntos. Si miras la trayectoria de puntos por partido no se sacaron más», dice Sanz.

El estilo de Víctor Fernández ya era el mismo que ha mantenido hasta ahora, gusto por el fútbol ofensivo, por dominar con la pelota, por el talento. «Creo que su mejor virtud siempre ha sido apostar por los jugadores de calidad», asegura Juliá. La temporada 90-91 no fue buena pero acabó bien, con aquella promoción contra el Murcia con una Romareda a reventar y entregada (5-2). Una promoción que bien pudo cambiar el destino del club y de Víctor Fernández. «La línea es tan fina...», expone Juliá. Pero tuvo final feliz, el técnico continuó («hubiera seguido igual», dice Zalba) y, a partir de ahí, ya pudo construir un equipo según su idea que terminó en París. «Después de la promoción empezó a ganar autoridad como entrenador», rememora Cedrún. Este es el principio de esa historia.