Un Deportivo que no hizo nada para ganar el partido se llevo los tres puntos de la Romareda. Estuvo mareando la perdiz todo el encuentro hasta que un error defensivo, un desajuste posicional de Nieto que permitió a Pedro Sánchez recoger el balón y marcar, le dio la victoria. Cristian Álvarez no intervino una sola vez en el día más cómodo en su carrera como zaragocista. ¿Cómo es posible que el conjunto de Víctor Fernández no sumara al menos un empate ante esa pobre intimidación visitante? Porque es un equipo sin chicha ofensiva (acentuada al máximo en su estadio) que, además, se permite el lujo de fallar atrás en una riña que iba encaminada a acabar en una abrazo fraternal. Tuvo un par de ocasiones claras para adelantarse, siempre iniciadas en golpeos de Pep Biel, pero Gual se encontró con una mano soberbia de Dani Giménez. Enciende fuegos artificiales arriba y se pone en la dirección de una bala perdida en su área para que le perfore el cráneo. Ahora, otra vez, a mirar hacia abajo a la espera del desplazamiento a Almendralejo, con el Extremadura desatado. No se ha propuesto sufrir; es que el Real Zaragoza es un lamento continuo, el quejido de una plantilla falsificada como grupo competitivo.

El Lugo no está dispuesto a hacerle el trabajo sucio. Esta mañana ha goleado al Almería (4-2) y ha estrechado a cuatro puntos la distancia con los aragoneses. Los gallegos han recuperado la calculadora de las angustias para un Real Zaragoza que llega a la recta final como el barco fantasma que salió de puerto sin dirección ni viento. Con Víctor Fernández ha logrado siete victorias en el campo y una en los despachos en 18 jornadas, pero muy pocas veces se ha sobrepuesto a un raquitismo innato, producto de todo tipo de problemas que tienen su origen en el parto. Lalo Arantegui, sin dinero y sin tino profesional, configuró un equipo terrible como bien refleja su clasificación y su juego cada fin de semana. Incluso ganando, su fiabilidad es poca. Con el tiempo se ha demostrado que el foco instalado en el banquillo era un simple ejercicio de distracción: un entrenador con este vestuario pinta más bien poco por mucho que se le quiera investir de un aura que termina pisoteda por futbolistas mediocres, verdes y caducados.

Víctor Fernández afirmó que iba a ser un partido para valientes y vistió su idea con Papunashvili, que está para los recados sin cruzar la calle. También metió a Zapater en el centro del campo. Valiente fue, una vez más, el espectador, que soportó 90 minutos huecos, insustanciales, con algún detalle aislado de Biel. El Deportivo se puso en el mismo plan y el encuentro acabó embutido en la intrascendencia, en un pacto de no agresión salvo para la afición, castigada con furia por esos pases de ballet de Verdasca, el trote paquidérmico de Eguaras o la parsimonia de un Álvaro que, como buen hombre-lobo, solo aparece en luna llena. Al final, el técnico explicó que sus muchachos habían sido superiores en todo al conjunto gallego "menos en la puntería". El fútbol tiene estas cosas: los espejismos analíticos en la rueda de prensa y que la puntería suele ser los más importante en este deporte. No te hace superior pasear la pelota de sol a sombra, sino marcar. Parece una teoría primitiva, pero es de una rabiosa actualidad.

La cuestión en este delirante sexto año en Segunda es de qué forma se salvará el Real Zaragoza, si será por méritos propios o por desgracias ajenas. Carece de carácter, de huella de identidad, de personalidad... Ha ido tirando con lo puesto, un Nástic moribundo, un Córdoba mejor hasta que se tiró desde un séptimo piso, un Reus que no se presentó. Victorias por la mínima contra viajeros del vagón de cola y ese par de bofetadas a los clubes del Principado de Asturias. Por lo menos ha estado espabilado con los rivales de su liga, eso no se le puede reprochar. Con el resto ha sido un esparrin si protección bucal. Que el Deportivo, acartonado por completo por los miedos, te tumbe con un tiro a portería resume lo que eres. Nada. Y, lo más grave, lo que seguirás siendo en proyectos venideros.