Era el minuto 57 del partido contra el Racing de Santander cuando Víctor Muñoz intentó agitar la tarde con el encuentro adormecido y el empate a un gol en el marcador. Metió en el campo a Jaime Romero y retiró a Álamo, a quien ha abandonado el ángel con el que comenzó la temporada y cuya titularidad está ahora mismo más en cuestión que la de ningún otro. Y cambió de central: Vallejo dentro y Rubén, fuera. El defensa gallego había tenido una tarde de perros, con error terrible en el gol del Racing y otros tantos despistes impropios de un futbolista profesional. El relevo ordenado por el entrenador estaba más que justificado: mantener sobre el césped a un jugador con el día así de tonto era un riesgo evidente e innecesario.

De camino a la banda, Rubén ya no puso buena cara y, justo al salir, le propinó un puñetazo al banquillo fruto del enfado provocado por el momento y por la situación, de la que había sido protagonista en primera persona. Hoy, en una entrevista en este diario, agacha la cabeza y reconoce que su relevo estaba perfectamente justificado con su desastroso partido. La implacable ley del fútbol.

La reacción del central, con la rabia incontenida, el cabreo en público y ese puntual arranque de furia, es una señal inequívoca de que la plantilla del Real Zaragoza está viva. De que siente y padece. El puñetazo de Rubén es la manifestación del hambre que tiene este equipo, en el que no hace mucho estaba instalado el desinterés, la desidia y hasta la holgazanería.

Mejor jugadores que se enfadan, consigo mismo o con quien sea, que apáticos. Ahora le tocará a Muñoz gestionar emocional y tácticamente la situación. Rubén lo había hecho bien tras la lesión de Vallejo y por eso seguía de titular, pero el canterano es la perla del club. El rendimiento debería ser el que pusiera o quitara a uno o a otro.