El valor del empate sumado ayer por el Zaragoza en Albacete va más allá del aspecto numérico. Su trascendencia se centra más en lo que evitó: una crisis galopante. Sí, a estas alturas. En septiembre, con apenas siete jornadas disputadas. Un problemón para Idiakez y el tercer berrinche consecutivo para un zaragocismo que lo veía todo negro al descanso. Todo eso se esfumó también gracias a una mano de Cristian, el que nunca falla, que salvó un punto para un Zaragoza que en la tierra de Don Quijote se vistió de Doctor Jekyll y Mr Hyde. Puro terror en la primera parte y gloria bendita tras el descanso, donde debe escribirse un punto y aparte en el recorrido del Zaragoza esta temporada marcada a fuego para todos.

El telón descubrió de inicio a un Zaragoza desordenado, miedoso, inseguro y desnortado que claudicó ante un rival que había estudiado al detalle las carencias de su oponente. Todo fue más fácil, claro está, tras el tanto inicial de Manaj, al culminar una jugada de estrategia ensayada y aprovechar un despiste de Lasure, al que Acuña cogió la espalda para poner el gol en bandeja al albanés. De nuevo, por tercer partido consecutivo, el Zaragoza iba a remolque, pero, esta vez, demasiado temprano. El propio Lasure estuvo cerca de la redención pocos minutos después, pero su disparo, tras un gran servicio del reaparecido y añorado Eguaras, se fue al poste.

Pero la llegada fue un espejismo. Todo fue a peor. El Zaragoza, en rombo, era un títere sin cabeza, un desastre total. El Albacete, a base de centros laterales y balones a la espalda de los centrales llegaba con suma facilidad a las inmediaciones de Cristian. Lasure. Ni siquiera se había llegado al ecuador del primer periodo cuando el Albacete, que campaba a sus anchas, aumentó la ventaja. Fue, claro, en otro monumental despiste de la defensa zaragocista a balón parado. Verdasca desvió a su propia portería uno de esos balones que la retaguardia aragonesa suele confundir con granadas de mano. El tanto aturdió más a un Zaragoza que pedía el descanso a gritos y que, para colmo, perdía de una tacada a Papu y Verdasca por lesión. El rigor de las desdichas en una primera parte en la que los locales habían botado media docena de saques de esquina por ninguno el Zaragoza, que no volvería a ver de cerca a Caro hasta la reanudación. Punto y aparte.

Porque, a partir de entonces, los de Idiakez fueron los dueños absolutos del partido. Había mucho que cambiar. Demasiado terreno perdido. Idiakez había recompuesto al equipo situando a Pombo en el vértice superior del rombo y a Gual haciendo pareja con Álvaro arriba. Atrás, Grippo suplió al lesionado Verdasca. Y el Zaragoza se puso a carburar. A los seis minutos ya había creado cuatro ocasiones de gol. Gual y Pombo lo rozaron, pero sus disparos se marcharon ligeramente desviados. La insistencia obtuvo recompensa poco después, cuando Gual mandó a la red un servicio de Zapater tras buena jugada de Lasure, que, por fin, había roto por dentro. El tanto no solo acortaba distancias en el marcador, sino que metía el miedo en el cuerpo a un Albacete que comenzaba a emitir síntomas de cansancio.

Otro intento lejano de Pombo instantes después de que Eugeni perdonara a bocajarro tras el enésimo despiste de la defensa zaragocista, dio paso a la mejor versión de los de Idiakez. Fue entonces cuando emergió Zapater, tras una nefasta primera mitad, para tirar de rango y arengar al batallón. Con Eguaras repartiendo aun con la lengua fuera y Gual en pleno estado de entusiasmo, fue Pombo, sin embargo, el elemento clave. Su labor entre líneas descompuso a un Albacete cuya zaga no se atrevía a salir a por el canterano por miedo a dejar espacio a los puntas. Para tranquilidad zaragocista, Ramis no reaccionó a tiempo y el Tigre se puso a morder y a lucir colmillo. El Zaragoza quería y creía y ante un rival que ni una cosa ni la otra. Había partido.

Al fin, Ramis optó por reforzar la medular con la entrada de Barri en lugar de un Manaj que ya no era el quebradero de cabeza del primer periodo. Pero el Zaragoza había puesto la directa en busca del empate y lo obtuvo a apenas doce minutos de la conclusión. Un centro de Benito desde la derecha se encontró con el fallo de Tejero, pero no con el de Álvaro, que niveló la contienda y espantó fantasmas. El empate premiaba el coraje y el resurgir de un Zaragoza que quería más. Gual tuvo la victoria en su bota, pero su disparo se marchó alto por poco. Fue entonces cuando emergió la figura de Cristian Álvarez para neutralizar un cabezazo de Ortuño a quemarropa en posición dudosa. La crisis pasó de largo. De momento.