Del inicio de Liga del Real Zaragoza pronto sorprendió el notable rendimiento de Fernández y Álamo, especialmente por oposición y contraste con el que estábamos acostumbrados a ver de ellos en tiempos pasados. En cierto modo, estos dos futbolistas, supervivientes de la era de Agapito Iglesias, personificaron el cambio de tiempo: los mismos jugadores parecían otros. Como el Zaragoza: era el mismo pero en realidad es otro.

Llamativo fue el caso de Álamo, en tanto en cuanto nunca había parecido gran cosa desde que llegó procedente del Recreativo, también mediatizado por aquella lesión de rodilla que quebró por la mitad su trayectoria. El canario comenzó la actual temporada como un tiro: rápido, vertical, alargando su banda hasta la línea de fondo, peligroso, con buen regate y hábil. Un futbolista diferente al que habíamos visto, como si se hubiera quitado una tonelada de peso de encima, liberado de las cadenas colectivas que convertían a los buenos jugadores en regulares, a los regulares en malos y a los malos en horrendos.

Tras un comienzo convincente, Álamo se ha puesto piedras en su camino. Algunos de sus centros siguen siendo milimétricos (otros incalificables), pero ahora lo que continúa empezando muy bien lo acaba demasiadas veces de manera equivocada: se enroca, peca de individualista y elige mal. Ha de encontrar el punto exacto de cocción a sus jugadas y no excederse. Persistir en su estilo directo, que es su virtud, pero con inteligencia.