Todo puede pasar en esta última semana de mercado, porque el fútbol es un negocio absolutamente condicionado por los resultados deportivos, y más cuando uno echa la mano al bolsillo y solo encuentra telarañas, pero a día lunes es posible que Movilla continúe en el Real Zaragoza después de toda la guerra de guerrillas que ha mantenido con el club en este turbulento mes de enero. Veremos qué acaba sucediendo, pero la SAD continúa firme en su propósito de no ejecutar un despido unilateral y buscar un pacto amistoso, lo que equivale a perseguir un imposible porque alcanzar una entente entre dos partes sin que una de ellas quiera es, por el momento y hasta que la física no demuestre lo contrario, irrealizable.

La revolución anunciada en diciembre, y comunicada uno por uno a cada uno de los implicados, puede quedar en mucho menos de lo pretendido. De momento, de aquí solo se ha ido Ortí. Si la cosa se queda ahí, o con alguna salida de baja intensidad más --como por ejemplo Porcar--, quizá sea el momento de preguntarse si hacía falta organizar semejante combate público, con los tiros yendo y viniendo, para tan poca chicha. Tal vez sea una buena ocasión para cuestionarse si valía la pena poner en riesgo la estabilidad del vestuario por parte de unos y de otros.

O puede que sea todo más terrenal. Que simplemente resulta que el equipo va ahora fenomenal y ya no necesita una revolución de la dimensión prevista en diciembre, cuando solo había nubarrones en el horizonte. O tal vez sea que con la billetera tiesa, con el KO más complicado financieramente, no haya más remedio que pensar que perdonar es divino y alivia el espíritu. En el fútbol todo es posible. Pero lo que es seguro es que si se queda, el que se sentirá ganador a los puntos de esta batalla inútil, porque útil no lo habrá sido, será Movilla. Nadie más.