Ya se sabía, era una perogrullada pensar que el fútbol no iba a ser muy diferente después de la pandemia. Estaba claro, pero no deja de ser una sensación extraña, mucho más intensa si se vive in situ, el que aportan los miles de aficionados. Es una ausencia intensísima, más de lo imaginado.

Todo es muy extraño aunque se acepta con resignación. Son las normas y están para cumplirlas, como no puede ser de otro modo, pero vulnera la sustancia del fútbol, su chicha, gran parte de lo que le hace tan mágico, lo que hace que sea casi como una religión, un dogma de fe. Aun así, ayuda a sobrellevar todo pensar en dentro de un mes e imaginarse a un Real Zaragoza en Primera, aunque ahora está más difícil.

Desde el principio se hace tedioso entrar al estadio: doble control de temperatura, dos metros de seguridad en todo momento, kit con mascarilla, guantes y gel hidroalcohólico, o desinfección de objetos personales. Cuando se permita el público, algunas de estas normas se pueden trasladar a los aficionados. También resulta difícil de digerir ver a los jugadores con mascarilla y guantes, incluso algunos en el clásico rondo del calentamiento; o a miembros del cuerpo técnico y médico. Una imagen chocante.

Pero lo principal, sin ninguna duda, es la falta de la afición. Se notó mucho en general, en ambiente y colorido, y también la echó en falta el equipo. Entre la ausencia del calor de la grada, la inactividad y un Alcorcón bien plantado, defensivo y con las ideas claras, al conjunto aragonés se le atragantó el partido. No es lo mismo sin 30.000 gargantas.

Eso sí, el club aragonés intentó mitigar ese enorme hueco a través de la megafonía, un gesto cargado de buena intención pero que, ni de lejos, se asemeja a lo que habitualmente se vive en el coso blanquillo. Los 80 decibelios permitidos como máximo no se acercan a esa chispa que aporta la grada de La Romareda a los suyos ya que, además de ser un sonido pregrabado y postizo, se intercala con un runrún típico de videojuego.

Más humano

También resulta en cierto modo paradójico cantar las alineaciones prácticamente a la nada, para las 250 personas presentes y con más ánimo casi de que entre por un micrófono de ambiente y llegue a los hogares a través de la televisión. Lo mismo con tiempos de descuento, los mensajes de ánimo o los goles. Y por si fuera poco, Alberto Zapater se quedó sin su más que merecida ovación tras regresar al terreno de juego de La Romareda.

Por lo demás, por buscar un aspecto positivo (y muy cogido con pinzas), al menos se humaniza de cierta manera el fútbol. Es curioso escuchar más a los futbolistas y entrenadores, oír cómo suena el fútbol, lo que habitualmente queda tapado y en una especie de burbuja. No es el escenario soñado. Además, la primera línea de animación recae ahora en los propios compañeros, que se convierten en el principal apoyo.

Y por si fuera poco, con toda esta extrañeza a la que no queda más remedio que acostumbrarse, el Real Zaragoza y todo el zaragocismo se llevó un tortazo de considerables dimensiones. Y queríamos fútbol... Este no gusta.