-Empecemos por el final. ¿Qué es de Raúl Amarilla ahora mismo, a qué se dedica?

-Desempeño el cargo de secretario de Deportes de la Gobernación del Alto Paraná. He orientado mi vida hacia la política en los últimos años, porque creo que ya cumplí un ciclo extenso en el apartado deportivo. Me retiré de jugador en 1994, luego estuve entrenando a algunos clubs en Paraguay y después en el Mundial de Alemania del 2006 fui ayudante técnico del seleccionador, del Maño Ruiz. A partir de ahí, me fui poco a poco alejando del deporte y ahora estoy totalmente retirado.

-Llega a La Romareda en el verano de 1980.

-Sí, estaban Manolo Villanova y Avelino Chaves y el presidente era Armando Sisqués.

-Viene recomendado por Arrúa, que dice de usted que es el sucesor de Diarte. No está mal el elogio para empezar...

-Me puso el listón un poco alto, está claro. Me enteré de la recomendación de Arrúa después, una vez ya había llegado a España. El que estuvo también en toda la negociación para mi llegada fue José María Minguella.

-Costó 25 millones de pesetas.

-Ni lo recordaba. Para la época era bastante, ¿verdad? Me fui al Racing y logramos el ascenso a Primera División. Me tuve que ir cedido por estar el cupo de extranjeros cubierto, pero eso sería solo una temporada.

-A la temporada siguiente (81-82) convenció desde el primer día a Leo Beenhakker.

-Bueno, por ese cupo de extranjeros me tuve que ganar el puesto con un holandés... Tony Blanker creo que se llamaba. Convencí ese verano al entrenador y ese es el desafío que tiene un jugador siempre. Más aún para los que son extranjeros, porque tienen que demostrar por qué van a ocupar esa ficha y enseñar que poseen un fútbol excelente.

-Para excelente aquella delantera, con usted, Pichi y Valdano.

-Un gran ataque, sin duda. Teníamos cada uno un fútbol distinto, pero que se complementaba muy bien en el esquema que disponía Beenhakker. Yo jugaba más por el centro, de nueve puro, Pichi más tirado al medio por derecha y Valdano por la izquierda.

-Entre los tres esa temporada logran 38 goles en la Liga, el 85% de los del Zaragoza.

-Teníamos mucho gol, es verdad. No me atrevo a decir quién era mejor de los tres. Cada uno tenía su punto fuerte, su parcela de obligaciones y de virtudes.

-Aquel Zaragoza jugaba muy bien al fútbol.

-Tenía los jugadores para hacerlo. Señor, Güerri, Amorrortu, Barbas, que vino después... Un equipo muy homogéneo. El balón con Beenhakker era lo principal, vivimos momentos muy buenos, de gran juego.

-Sin embargo, en esa época, a principios de los 80, faltó un título y ese Zaragoza jugó como pocos en su historia.

-Es cierto. Ese es el pero que se puede poner, lo que quedó pendiente. Para mí, lo más importante que dejó Beenhakker fue la enseñanza de que se podía llegar muy lejos. El Zaragoza había conseguido cosas mucho antes de esos años y con ese entrenador se abrió el camino de nuevo, porque después en unos años se lograron títulos muy importantes, como la Recopa. Él, por así decirlo, puso esa semilla, que siempre es muy importante.

-En la temporada 82-83 casi logra el Pichichi de Primera. Hubiera entrado en su historia porque solo Seminario lo ha logrado aquí.

-Me lo gana Rincón en el último partido y con un gol de diferencia solo. Como para olvidarlo... Tengo la memoria fresca.

-¿Le quedó esa espina clavada?

-No, porque esto es un deporte y esto es siempre cómo acaba. No puedes decir que ganas algo hasta que todo termina. Él hizo más y ya está, no hay que darle más vueltas.

-Aquella temporada, usted falla un penalti en San Mamés que debió lanzar Señor, algo que Beenhakker dijo después. ¿Usted incumplió lo pactado?

-Lo recuerdo. Minuto 89 para más señas. No desobedecí, ni incumplí órdenes. Lo quería patear y lo hice. El encargado era Señor, pero lo pedí, asumí la responsabilidad, nada más.

-Quizá ahí empezó a gestarse la leyenda de Amarilla como goleador egoísta.

-¿Egoísta? No lo he sido ni una sola vez en toda mi carrera, ni tampoco me preocupa que la gente pueda conservar en su memoria eso. Yo desde luego no lo he escuchado. Muchas veces, cuando no se sabe qué decir se echa la culpa a otro por lo sucedido. Yo no echo la culpa a nadie.

-Se fue distanciando con Beenhakker, hubo diferencias entre ambos.

-Con él fue un distanciamiento no profesional sino más bien en la forma de pensar de ambos. Él pensaba de una manera y yo veía las cosas de otra. Ese era el problema, la diferencia que se fue generando entre los dos.

-El caso es que quiso comprar su baja, dijo sentirse engañado por el club... Sus dos últimos años aquí fueron duros.

-Se mezclaron muchas cosas.... Pero le digo algo, si después de esos momentos que viví al final de mi etapa en el Zaragoza logré llegar al Barcelona es porque no estaba equivocado en lo que yo planteaba y pensaba. Defendí mi posición, mis intereses y mi profesionalidad. El club me multó, pero ni aún así lograron dominar la situación.

-Eso demuestra como mínimo mucho carácter por su parte.

-Tengo carácter sí. Y también las ideas muy claras. Eso siempre ha sido así en mi carrera deportiva y en mi vida.

--De aquella época también fue muy comentado el dúo que formaba con su compatriota Zayas, la sección más díscola de aquel vestuario.

-No éramos díscolos, ni mucho menos. Claro que éramos muy amigos, los dos paraguayos, vivíamos juntos... Quisieron darnos esa fama, como una especie de campaña para dejarnos mal ante la afición.

-El caso es que el rendimiento suyo en sus dos últimas temporadas bajó muchísimo. Se ve en los goles. Solo hizo 15 en Liga entre ambas campañas, 4 en la última. ¿Fue una salida triste?

-No. No me fui con mal sabor de boca. Salí en el momento oportuno del Zaragoza. Si en el club los dirigentes hubieran tenido el suficiente tacto, habrían tenido un goleador más esos dos últimos años míos aquí. Fue un problema de formas, de manera de comportarse. Si ellos las hubieran mantenido, mi rendimiento seguramente no habría bajado tanto. Cada uno tiene su forma de manejarse y después hay unas consecuencias. Tanto Sisqués como después Ángel Aznar buscaron lo más beneficioso para el club, pero yo miré por el mío. Cada uno trata de defender lo suyo, en el fútbol y en muchos ámbitos de la vida.

-El caso es que en 1985 el Barcelona paga por usted 50 millones de pesetas y se va...

-El doble, pues, de lo que costé ¿no? Por eso digo que cada uno miró a lo suyo. Si el Barcelona pagó esa cantidad en aquellos años es muy significativo. A ese club no llega cualquier jugador que no marque la diferencia en el equipo en el que está.

-En el Barça fue su momento álgido en Europa. Allí ganó títulos, una Copa y una Copa de la Liga.

-Pero más que eso hay que pensar que cualquier jugador suramericano que llega a Europa quiere ir a ese tipo de clubs, al Barça al Madrid, al Inter, al Bayern, a la Juve... Ese es el desafío que tuve y el que cumplí.

-El caso es que cerró su presencia en el Zaragoza con 67 goles en 4 años. Está entre los 15 mejores goleadores históricos del club. No está mal...

-Nunca he sido muy de analizar datos a profundidad. Fui a dar lo mejor de mí mismo y me quedo con eso. Para mí son buenos datos. En toda mi carrera he anotado unos 250 goles, más o menos. En el Zaragoza también los hice.

-Con qué tipo de delantero se compararía ahora Amarilla.

-Hay mucha diferencia entre aquel fútbol y éste para establecer una comparación. Yo era muy tranquilo. Donde otros se ponen nerviosos yo, como se suele decir, bajaba un cambio. No tenía el físico para ir al choque y era más de buscar los espacios. Y de cabeza iba bien, con la altura que tenía casi no podía ser de otra manera.

-¿Mantiene contacto con amigos o con alguien de Zaragoza?

-Del club prácticamente con nadie. Sé que están excompañeros míos como Juan Morgado o Pedro Herrera.

-Pedro ya no...

-¿De verdad? No lo sabía. Pensaba que seguía porque llevaba muchos años en el club. Tengo amigos en Zaragoza fuera del club y hablamos de vez en cuando, pero con la distancia el contacto se pierde. Yo hace que no voy a España y a Zaragoza unos cinco años. Ya me dijeron que la ciudad había cambiado mucho desde entonces.

-¿Con qué recuerdos se queda? De la afición, del equipo, de su etapa aquí...

-De la afición creo que es como todas, quiere que el equipo gane y dé lo máximo. La presión para los jugadores y para los técnicos es ahora mayor que cuando yo estaba en el fútbol, eso hace que las personas que se dedican a esto tengan que ser profesionales al 120%. El fútbol está mucho más profesionalizado que antes y los jugadores se tienen que cuidar muchísimo más.

-El Real Zaragoza...

-En mi carrera fue el gran trampolín. Guardo mucho cariño a mi etapa allí, por la forma en que me trataron y por cómo me sentí. Creo que ninguno de los paraguayos que hemos pasado por el Zaragoza nos podemos quejar de cómo fuimos tratados. Así lo he dicho siempre. Lógicamente, cuando uno es joven comete errores que, con los años y la experiencia, ya ve las cosas de otra manera. Pero, insisto, tengo que agradecerle mucho a Zaragoza. Allí nació una hija. Tengo una maña conmigo acá, Diana Elisabeth. Mi gratitud es eterna a la gente de esa ciudad, tanto a la afición como al club, que me dio la oportunidad de poder dar el salto a Europa.

-¿Lo sigue? ¿Sabe cómo está ahora el equipo?

-Más o menos. Sé que está Víctor Muñoz en el banquillo, me lo comentaron hace poco. Fuimos compañeros en el Barcelona. Sé que la situación es delicada, que no es tan buena. Ojalá logre subir y sobre todo que vuelva a ser regular, que no suba y baje cada pocos años, porque eso es muy negativo. El Zaragoza que yo conocía era un club de Primera, que daba buen fútbol a su gente, dolores de cabeza a grandes adversarios, era un equipo aguerrido. Sobre todo esto. Tiene que volver a hacer una estructura fuerte y bien trabajada como club. A partir de ahí, recuperar el ser un equipo importante.