Cuando llueve así es mejor no jugar. Eso debió pensar el Real Zaragoza, que aplazó de forma unilateral el partido para otro día más apacible y apetecible mientras el Albacete, aprovechando la ausencia de rival, metía tres goles y se divertía a lo grande. Para explicar el porqué de la derrota de ayer en el Carlos Belmonte, hay que introducirse en la mente del jugador. Necesitaba el conjunto aragonés la victoria como agua de mayo, y para conseguirla tenía que emplearse con los cinco sentidos, añadiendo un sexto de máxima competitividad al margen de cualquier adversidad. Desde el vestuario asomaron la barbilla, vieron que llovía a mares y se arrugaron como nunca. Excepto Savio, quien, orgulloso y altivo, les obligó a salir al campo. Un poco tarde, la verdad. "¡Nos estamos jugando la permanencia!", debió gritar el brasileño. Al llegar al encuentro, el Alba ya había tomado suficiente ventaja con un tanto de Aranda (m.2), quien se plantó solo ante Láinez como un búfalo frente a una hormiga.

MONUMENTAL ERROR Ahí, en un monumental error defensivo de Alvaro y Milito dejándole metros al delantero, nació un pulso desigual. Nublado hasta la médula, el Real Zaragoza se hizo previsible, ñoño y facilón frente a un Albacete con una fuerte personalidad y unos chicos altos como juncos y listos como demonios. Entre ellos sobresalió Pablo, un tallo que actúa de central y que se metió a Villa en el bolsillo hasta el final.

Disciplinado, con el paso acompasado en la presión por escalones y marcando el ritmo que más le convenía, el conjunto de César Ferrando introdujo el triunfo en el horno y lo asó a su gusto. Tuvo el balón, las posiciones principales para defender, crear y atacar, y una paciencia mayúscula para rubricar su salvación sin mirar el reloj. El Zaragoza estuvo colgado en el tendedero, como un trapo. Movilla ni apareció por el hall y Ponzio, en otro de sus pases gloriosos, se quedó corto y obligó a Cuartero, valiente, a exponer su rodilla para arreglar el error. El lateral tuvo que ser sustituido.

El baño alcanzó momentos notables, pero llegó a su cima en un pase cruzado de Munteanu en la segunda parte, un centro de verdad que se tragó Milito y que lo recibió de cabeza un Pacheco sin marca alguna. Un tanto espectacular por elaboración y ejecución. Víctor pensó en los cambios, pero mal, como cuando dejó a Cani en la caseta para dar entrada a Galletti. En lugar de intimidar lo más mínimo al Alba con el recurso de un delantero, puso a Soriano no se sabe bien con qué intención. En mitad del abismo y con Savio tirando de un carro sin ruedas, Rebosio sacó un derechazo rabioso y acortó distancias. Era un gol de protocolo, porque el Albacete ni se inmutó. Siguió a lo suyo, con Aranda yéndose cuando le daba la gana.

Y así vino el tercero de la tarde, una pelota que cayó a los pies de Mikel, quien se deshizo de un Milito ablandado por la lluvia, por el absentismo general de un equipo que ni salió del vestuario cuando más importante era mojarse.