Con el diseño menos atractivo de la temporada, un literal 1-4-5-1, impropio de Víctor Fernández y de la historia del club aragonés, a años luz de los gustos del viejo aficionado y de cualquier tradición, el Real Zaragoza se llevó la victoria de Vallecas con todas las de la ley. Y descubrió que, sin el siempre idolotrado Cristian, Vigaray, Atienza, Igbekeme o Kagawa, su columna vertebral, hay vida más allá de las estrellas. No siempre podrá plantarse así en el campo, con todo el mundo achicando aguas y tantas ausencias, pero si lo hiciera más a menudo en el futuro tampoco se le podría reprochar mucho. Para despegar de Segunda División, ya se lo dijo hace una semana el Albacete y antes otros meteoritos de la categoría, no es necesario vestirse con esmoquin, sobre todo cuando la economía da solo para alpargata en lugar de zapato italiano. Como en esta ocasión, sirve con embutirse en una escafandra táctica y salir a tomar aire en un par de ocasiones para encontrar el tesoro del triunfo. Para que este tipo de apuestas tengan éxito, el enemigo también tiene que fallar --que lo hizo-- y hay que contar con un portero grande, papel que interpretó a la perfección Ratón con paradas estupendas cuando más se le necesitaba.

Otra cuestión ineludible para jugar como sin jugar, para esperar a que nada ocurra en el jardín mientras cae napalm sin tregua desde todos los frentes, es contar con futbolistas en el mejor estado de forma y de compromiso. Ni Pombo, ni Kagawa ni Igbekeme lo estaban y de una u otra forma, con parte médico de por medio o descarte a la brava, Víctor Fernández creyó por fin en algunos de los actores secundarios y en Puado, que se estrenó desde el principio en lugar de Soro casi como segundo lateral pese a su condición natural de delantero. A la intemperie no hubiera sido lo mismo, pero con diez futbolistas por detrás del balón y reduciendo en lo posible el peligro de las puñaladas de Embarba y Álvaro, además de la elegancia de Trejo, el escudo humano fue adquiriendo todo el sentido del mundo. Era cuestión de asumir la superioridad del Rayo Vallecano y, con paciencia y sabiendo de su vulnerabilidad atrás, confiar en pescar algo, un penalti sobre Luis Suárez, por ejemplo. Lo marcó Javi Ros.

Al margen del resultado que se hubiera dado, y más una vez superado el ecuador del encuentro, este Real Zaragoza de contención absoluta, sacrificios y máximo aprovechamiento de sus oportunidades debería seguir si no por un camino idéntico sí por uno similar. Creerse el dueño de la autopista le ha servido para bien poco, para pinchar con los clavos que otros equipos le ponían bajo las ruedas. Y no, no es un bólido ni una nave espacial ni especial. Desde la modestia aplicada en toda su dimensión en Vallecas, fue huraño con el balón, artefacto lanzado sin control hacia Luis Suárez. Como el colombiano no es un cualquiera, aun perdido en un agujero negro es capaz de generar luz. A él lo tumbaron en el penalti y de sus botas nació un pase espléndido para Soro que el centrocampista no supo convertir en el segundo tanto, cuando el Rayo impactaba contra la desesperación y un equipo despojado ya del hormigón físico y con un poderoso blindaje mental.

El triunfo ante el Rayo. que tuvo más belleza que la mayoría, debe analizarse desde una vertiente didáctica, desde lo que enseñan las victorias, que no solo son los puntos aunque se consigan de cualquier forma. Estos tres se sumaron con una inteligente lectura de Víctor Fernández sobre cómo utilizar a un equipo que, digan lo que digan, tiene muy poco de glamuroso, algunos futbolistas muy lejos del nirvana personal y vacíos considerables en la plantilla. Mientras se remedian esos errores de configuración y se recuperan efectivos, salir a parecerse al Albacete no supone deshonra alguna. Porque el ascenso que se persigue está más allá de las estrellas y mucho más cerca del aprovechamiento de las virtudes por muy terrenales que sean.