La temporada se va a hacer muy larga y pesada. Puede que hasta peligrosa. El Real Zaragoza es un escalador novato atacando una pared vertical sin la equipación, la madurez ni la calidad adecuadas. En sus anteriores experiencias con rivales de su nivel se comprobaron con nitidez todas esas limitaciones, pero se agarró al resultado y a la justicia para sumar puntos en parte engañosos. Porque no produce fútbol necesario en ninguna de las zonas como consecuencia de la pobreza orgánica de su plantilla. El Málaga, con lo justo, lo vistió para el funeral aprovechándose de una defensa desmontable con un soplido. Atienza y Guitián regresaron sobre sus huellas de centrales bajo sospecha y Nieto y Tejero se unieron a la banda con desafinadas decisiones. Con un cortauñas, el conjunto andaluz le rebanó el cuello en la primera parte. También es cierto que atreverse con una pareja por delante como la formada por Ros y Eguaras favorece todo tipo de hemorragias. No hay patrón alguno y cada miembro de esta destemplada orquesta va por libre. A Rubén Baraja le espera un trabajo colosal para extraer agua de un pozo tan seco en el que tan solo el estupendo Narváez y algún gesto de Bermejo refrescan el insoportable y vacío espectáculo.

Durante la semana, hubo alguna propuesta para poner a enfriar el champán. La portería inmaculada en dos jornadas consecutivas, ese 'magnífico' pragmatismo corporativo para no hacer nada y sacarle jugo a un golpe de inspiración aislado y una supuesta ruta muy estudiada por el técnico acapararon elogios. No había razón alguna para el optimismo ni para el análisis reflexivo, pero la hambruna provoca este tipo de espejismos: el Real Zaragoza era una roca o iba camino de la transformación. Bueno, pues el Málaga pasó por encima de la 'mole' sin despeinarse. El Real Zaragoza es en sí mismo una agonía porque sufre con el balón hasta convertirlo en una pieza odiosa. Se resumen sus intenciones con una tan sencilla como previsible amalgama de pases en horizontal o de vuelta a los centrales, quienes lanzan al espacio naves sin tripulación. Si acuden Ros y Eguaras para resolver la salida, se pone en marcha la cámara lenta hasta congelarse la imagen de puro pánico. Es una letanía a la incapacidad para crear, saltar líneas, conectar con el personal adelantado. Narváez es el único que indica un camino diferente, pero está tan solo y tan lejos que su explosividad acaba por lo general en fuegos artificiales. Vuckic y el Toro marcarán un día. O no. Y Adrián que venía para dar una pizca de distinción y pese a acortar distancias tras un una buen asistencia de Narváez, se mueve con gesto depresivo.

El panorama resulta desolador. Lo era antes de esta derrota inaugural en el campeonato. Estamos ante un Real Zaragoza invernal que hiela el corazón por su falta de alma. No hay cumbres que alcanzar. La cima más alta consiste en hacer que el curso no se complique, que el equipo aguante en la pared de la que está colgado con muy poca ropa de abrigo. Esa es la gran empresa de Rubén Baraja, aunque resulta complicado adivinar de qué manera lo conseguirá. Necesita un balón y personal que le dé sentido.