El proyecto a corto plazo --porque el medio y el largo son inaceptables eufemismos temporales-- es enseñar a esta plantilla a jugar al fútbol lo antes posible. Se desprende de gran parte de la temporada transcurrida y manifestada en todo su esplendor más oscuro en Alcorcón, donde el Real Zaragoza y su entrenador tocaron fondo sin necesidad de perder. El punto será valioso o no si durante lo que resta de curso se añaden a los entrenamientos clases de tecnificación para los futbolistas y de gestión para Natxo González con el único fin de salvar la categoría. Por supuesto siempre y cuando aprueben, de lo que hay serias dudas si todos continúan ensimismados en mirar hacia arriba sin percatarse del vacío que hay bajo sus pies.

El encuentro en el Santo Domingo resultó un patético concurso de errores, como si el más gordo tuviera premio. Solo un toque, el de Zapater en el gol, puede clasificarse de profesional. El resto de sus compañeros castigaron al balón con tal insistencia que se podría haber presentado una denuncia en el cuartelillo por agresión. No es casual ni puntal lo sucedido en este partido. El conjunto aragonés gana asfixiado por sus limitaciones contra cualquier rival, unas carencias que traslada a la mayoría al campo amateur. Contra el Alcorcón, las deficiencias superaron todas las previsiones que el empate a domicilio como miserable coartada no puede encubrir. Insistir en un futuro exitoso con el grueso de este vestuario y su pesaroso técnico sobrepasa el insulto a la inteligencia.

Solo existe el presente, que resulta descorazonador. Un buen número de los aficionados que acudieron al choque se quejaron amargamente al final. Lo que no ocurre en La Romareda, silenciosa y extremadamente paciente, se produjo en la distancia, producto de la sensación de embuste permanente del que se sienten víctimas los seguidores de carretera y manta. De la vergüenza de contemplar a un Real Zaragoza completamente irreconocible pese a esa deformidad competitiva a la que ya están acostumbrados, de sufrir con un conjunto en situación de extremo peligro pese a que Lalo Arantegui, el director deportivo, no contemple catástrofe alguna.

La tragedia, sin embargo, está aquí. Llamando a las puertas, advirtiendo que por este camino de indolencia o ignorancia se llevará por delante al Real Zaragoza y a sus benefactores o como les guste llamarse. No se dieron dos pases seguidos; no hubo un tiro a puerta al margen del tanto; la enorme posesión del Alcorcón vino por fallos no forzados de su ¿adversario?; el sistema de juego saltó por los aires por la ausencia de un patrón reconocible que ahora se sustenta en un trivote torpe y aburrido y en poner a Pombo de falso delantero junto a Borja Iglesias, quien ha perdido el norte porque los centros se los envían al sur y termina desquiciado deambulando a este y oeste con su cuerpo como exclusiva e insuficiente armadura.

La igualada de Jonathan Pereira después de unos minutos de acomplejada resistencia, como si el Real Zaragoza pidiera perdón por haberse adelantado en el marcador, desató un seísmo defensivo de grado letal. Verdasca, el debutante Perone --un pívot reconvertido a central--, y Benito, que sigue buscándose a sí mismo con acelerada angustia, contagiaron al resto de los pusilánimes una inseguridad difícil de hallar en divisiones regionales. El despeje de Verdasca que destruyó un satélite ruso y en su caída acabó dentro de la portería de Cristian (penitente salvador), hizo escalar al Real Zaragoza a la cumbre del esperpento, cima vergonzante de la que ya no descendió. Por su ladera de despeñaron Febas y Ros --lo normal-- y se perdieron Pombo, Zapater, Eguaras y Lasure...

Natxo está encantado con el empate (siempre había perdido en Santo Domingo, anunció ufano) y respeta la soberanía de los aficionados para expresar su malestar. Es un entrenador con educación y buenos modales, un modesto currante que apela al trabajo diario para mejorar. Sin embargo para reconducir lo que ha aceptado y defiende como un equipo con posibilidades fantásticas, no basta con ajustarse el pañuelo de albañil y prometer honestidad laboral. Es obligatorio que todos, directivos, técnicos y jugadores se matriculen en una escuela de fútbol cuya principal asignatura trata sobre cómo no descender. En el caso de reiterar que todo va bien, hablaríamos de un atentando contra el club.