El fútbol, si no hay alguien que levante la voz con autoridad incontestable, susurra muchas cosas, algunas de ellas procedentes de la misma Isla de las Sirenas. El canto de superioridad del Real Zaragoza se dejó escuchar durante buena parte del encuentro, con contragolpes secos y duros que solo en una ocasión tuvieron un final feliz. Parecía más alto y fuerte el equipo aragonés sobre todo cuando los atletas Vigaray y Nieto desatascaban el plúmbeo juego interior con incorporaciones fogosas. Dwamena y Luis Suárez no pudieron desatarse jamás del palo mayor de sus marcadores y el asunto ofensivo buscó las musas de Kagawa y el espíritu infatigable de Igbekeme, que se asociaron en la acción del tanto del japonés. El balón fue del equipo de Víctor Fernández, aunque no así el control de las operaciones, la mayoría de ellas ejecutadas sobre un tablero de ajedrez donde la Ponferradina movió muy bien sus piezas. Jugó con las negras, en clara desventaja tras encajar el gol, si bien derrochó serenidad y paciencia para acabar la partida en tablas. Sin duda tuvo que mucho que ver cómo se jibarizó el Real Zaragoza en la recta final, superpoblado de centrocampistas y de contundencia, liviano y dubitativo, ya sin Kagawa ni sus dos depredadores, arrugado frente a un meticuloso acoso local que Cristian evitó que finalizara en remontada con otra de esas paradas soberbias por oportunismo y estética.

Este deporte, como la mayoría de los que se interpretan en equipo, son engañosos si se los protagonistas se despiden mientras se baja el telón. Lo hizo el Real Zaragoza. Con una ventaja tan corta, en un combate que pedía en su último asalto medir las distancias y evitar cualquier tipo de golpe al hígado, se expuso desde el campo y desde el banquillo. Ni los jugadores ni Víctor Fernández, después de un ciclópeo trabajo, estuvieron afortunados, permitiéndose ser planchados por un contrincante con los recursos justos para alcanzar la zona de tres cuartos y poco más. Aun en su modestia técnica que no estratégica, los leoneses dispusieron de un par de oportunidades colosales. Antes de esa intervención del arquero argentino, que despejó a dos manos la tragedia.

Fundidos los tres responsables del ataque (Dwamena, Kagawa y Luis Suárez), Víctor los sacó del escenario y sembró la medular con las incorporaciones de Soro, Álex Blanco y Lasure, que unidos a Igbekeme, Guti y Ros circularon con distracción, miedo y despiste. Mal puestos, llegando tarde a la mayoría de los trenes y atropellándose, Nieto incluido, en la maniobra del empate, fabricada con artesanía hasta alcanzar el área y la puntera de Valcarce. El Real Zaragoza se comportó bien, serio y dispuesto a una tarde incómoda. Pero olvidó el tercer tiempo, ese espacio que marcan las agujas de la experiencia, de la madurez y de las decisiones sin dobleces. Cuando le aplaudían las sirenas por su buen porte, el decorado se le vino encima. Una buena lección para este largo y sinuoso viaje que cobra muy cara la inocencia en el equipaje.