El Real Zaragoza consiguió mantenerse invicto en el Carlos Tartiere con un empate frente al colista del que no debería sentirse muy orgulloso. Ya es el único equipo de Segunda que puede presumir de que nadie le gana, pero recibió dos goles por primera vez, manifestó que las ausencias de los titulares no le sientan nada bien, sobre todo la de Vigaray, y reiteró que en el centro del campo tiene un problema muy grave. Javi Rozada ordenó a Joselu que persiguiera a Eguaras y el conjunto aragonés, como en la mayoría de los partidos, hizo de esa zona tierra yerma. Ros y Guti, que formaron pareja al final en el cambio de sistema, recorrieron kilómetros improductivos y perdieron demasiados balones, fruto de la incomunicación, con Kagawa como solitario recurso para enlazar con Dwamena y Luis Suárez. El colombiano, puro e infatigable luchador por libre, evitó lo peor en un encuentro demencial, sin pies ni cabeza. El ghanés sigue sin salir en la foto por completo, como si en cada partido tuviera que resolver un rompecabezas con el balón entre las piernas.

Este equipo carece, o repudia, de un plan alternativo que no sea lanzarse al vacío defendiendo un estilo que es posible que le favorezca en algunos momentos por la configuración de su plantilla, pero la orfandad que transmite es monumental cuando se le tuerce el guión. El Real Oviedo le trasladó a un campo de batalla abierto, caótico, por donde Saúl Berjón destripó a Delmás y Ortuño maltrató a los centrales. Y allí acudió, a pecho descubierto, el Real Zaragoza de Víctor Fernández, sin pausa, enloquecido, abierto de par en par frente a un reto que en nada le convenía. Tuvo a su favor que los asturianos cuentan con una defensa de caricatura, con Bolaño especialmente dedicado a regalar favores. El Lugo le cerró todas las puertas en la pasada jornada. En la actual, el Oviedo se las abrió. En ninguno de los casos halló una fórmula para ganar bajo diferentes propuestas. Se le empieza a atragantar que los demás sepan cómo cortocircuitarle, y en esa frustración se le apagan las luces.

El conjunto aragonés evitó el accidente sin hacer jamás una segunda lectura del encuentro. Se repuso en el marcador en un par de ocasiones, algo, ir perdiendo, que tampoco le había ocurrido con anterioridad. En ese sentido demuestra que posee recursos individuales para salir del enredo, como esa asistencia dulce y letal de Pombo a Luis Suárez para establecer las tablas. Sin embargo, en esa estudiada imposición de una identidad a la que le faltan huellas digitales importantes, está cometiendo el error al subestimar que sus enemigos también estudian. Y se muestra un Real Zaragoza que quiere imponer por empecinamiento un tipo de personalidad ofensiva en la que solo brilla con puntualidad guerrera y demoledora Luis Suárez.

El final, con el Oviedo creyendo en su primer triunfo y asestando mordiscos a un Real Zaragoza reducido a salvaguardar el punto, reflejó que necesita resetear ese planteamiento loable pero suicida. Víctor Fernández prescindió de Eguaras y estableció una línea de tres cuartos con Pombo, Kagawa y Álex Blanco por detrás de Suárez. La jugada le salió perfecta porque Pombo firmó un pase de lujo. Después reflexionó ante los riesgos y el desmadre y metió a Lasure por Kagawa. Tocó retirada el entrenador porque la emboscada era importante y peligraba la recompensa. Invicto sí, pero para volver a ganar y recuperar la jerarquía que dice su clasificación, este equipo tiene que hallar otros atajos porque el camino corto que busca con ansiedad se lo están torpedeando.