Jugar en casa es sinómino de fiesta para el equipo local y su familia y motivo de preocupación para el visitante por muy alta alcurnia que exhiba y amplio sea su ejército de seguidores. La frase "el Real Zaragoza juega en casa" englobaba en otros tiempos felicidad, sentimiento de patriotismo deportivo, reunión de corazones de latido cómplice por lejanos que fueran sus parentescos ideológicos y sociales. Todos eran uno en La Romareda, una comunidad de diversidades de opinión en busca de un mismo objetivo: la conquista de la victoria a ser posible elegante, digna de ser recordada y comentada durante el largo invierno de las dos próximas semanas de espera antes de volver al santuario. Y extraña era la ocasión en la que un jugador o directivo se personaba para cuestionar su soberanía o para manifestarse coaccionado por la presión de una hinchada exigente.

Agapito Iglesias no ha traído nada bueno, y lo que había se lo ha llevado. Durante la expansión de su menguante imperio, una de sus memorables decisiones fue la de no acudir al campo, perfecto retrato de la cobardía. Entre esos bastidores vacíos de respeto han circulado todo tipo de actores, avanzando el cartel de protagonistas hacia la máxima mediocridad interpretativa e incomprensión absoluta del escenario. Pero La Romareda, con 34.000 u 8.000 espectadores, es una señora y habla, para bien o para mal, cuando debe. Ayer, tuvo motivos para expresarse como le gustaría hacerlo siempre pero no le dejan. Fútbol, goles y emociones hicieron que abrazara con fuerza a los mismos jugadores a los que ha castigado con justa dureza. No es oportunista su posición, sino la lógica respuesta paternal con el hijo que viene con un sobresaliente después de todo un curso de vergonzantes suspensos.

Quienes conocen de verdad la arquitectura espiritual de este estadio admiten un grado de frialdad con respecto a otros puntos cardinales de la geografía animadora de las ligas españolas. Es una cuestión de carácter. Sin embargo, La Romareda ha sido reconocida, incluso en este exilio provocado por el empresario soriano que ha dejado físicamente sus asientos en los huesos, como uno de los foros más entendidos y ecuánimes de este deporte. No es tan complicado ganarse su generosidad, su cariño.

El triunfo contra el Alcorcón, la implicación de los futbolistas y las buenas maneras con el balón fueron suficientes para escuchar su cántico inmortal más allá de las profundidades de la Segunda División. ¡Bienvenidos a casa!, gritó la afición mientras abría las puertas de ese hogar donde antes del horror vivió la admiración de unos por otros. Es decir la felicidad.