Después del fracaso de España en la clasificación para el Mundial de 1970, la Federación decidió cambiar de seleccionador y le entregó el puesto a Ladislao Kubala. Al legendario exfutbolista del Barcelona no le fueron bien las cosas en su larga etapa en el equipo de todos. El legado de Kubala es abundante y mundialmente reconocido, especialmente en su faceta como jugador. A él se le debe también una expresión que ha traspasado las generaciones. Antes de un partido contra Alemania, el entrenador de origen húngaro apostó por llevar los encuentros de la selección a Sevilla buscando el calor y el entusiasmo de los andaluces así como una mayor complicidad con la afición, deteriorada por los malos resultados de la selección. «Quiero que juguemos con doce, quiero que el público de Sevilla sea el jugador número doce».

Desde entonces, la locución cuajó y los técnicos y futbolistas de aquí y de allí apelan constantemente al jugador número doce, ese plus que siempre han tenido los partidos de casa, con una atmósfera a favor, el aliento que empuja de manera invisible y la electricidad que recarga la energía perdida en el césped. Ahora justamente hace un año que el Zaragoza disputó en La Romareda su último encuentro con el público a favor, victoria contra el Deportivo de un equipo que iba lanzado hacia Primera y que, sin el bufandeo blanquillo, se quedó parado en seco tras el confinamiento.

Contra el Alcorcón, sin aficionados en las viejas gradas del estadio, sin el jugador número doce, el Zaragoza se quedó helado, huérfano de las virtudes que había exhibido en su resurrección y dejó escapar los tres primeros puntos como local en la era JIM. Fue el peor día tácticamente del técnico alicantino, superado claramente por Anquela y lento y errático en los cambios. Cristian falló por alto en el 0-1, decisivo a la postre. El equipo pudo alejar el descenso a cinco puntos. Finalmente la distancia se vio reducida a uno.