El Real Zaragoza estuvo escarbando durante todo el partido, buscando un túnel por el que huir de la penitenciaria en que convirtió el encuentro un Utrecht ruin, defensivo contra su propia naturaleza y, sin embargo, débil pese a la acumulación de carceleros. Sólo al final, gracias de nuevo a una prodigiosa asistencia de Savio, que de esto de escapar sabe latín, el conjunto aragonés consiguió ganar con comodidad su primer compromiso en la liguilla de la Copa de la UEFA y subirse como líder al podio de su grupo.

El triunfo pudo llegar en cualquier momento, pero en esa larga y penosa espera, el equipo de Víctor Muñoz tuvo la paciciencia del santo Job, lo que le condujo sin duda a una victoria tan tardía como justa y bella por su ejecución. Los holandeses se agruparon para la resistencia en su campo y no salieron de la cueva salvo para, aprovechando su altura, buscar fortuna en un par de saques de esquina. Un planteamiento mezquino que les dio resultado hasta que el andamiaje se les vino abajo cuando cantaban el empate grapados a su área.

CON FRAC Savio se pasó toda la noche con el frac que utilizó frente a la Real Sociedad. Elegante y guapo, distinguido y señorial, se dispuso a darle maratile al desaliñado Utrecht en los primeros compases del partido. Parecía un juego de niños. Primero mandó al larguero una falta directa y poco después el portero Terol tuvo que despejar de forma poco ortodoxa un lanzamiento violento y con la derecha del brasileño. Se sucedía el ataque frontal, con los tulipanes plantados atrás como clavos en la cruz. Era cuestión de tiempo.

Bajó la intensidad el Real Zaragoza frente al atasco humano y en ese paréntesis el Utrecht, que no quiso ver el balón ni en pintura, cogió algo de aire, creyéndose seguro en la trinchera. Fueron los instantes en que germinó la duda porque la individualidad se hizo exagerada y los extremos dejaron de utilizarse. Ni Villa ni Javi Moreno lograban deshacerse de los gigantes en acciones muy previsibles por la zona central de la delantera. Dudas, sin embargo, que jamás dejaban entrever la derrota. Si acaso, la igualada, lo que, igualmente, se podría haber considerado como un fracaso.

Ladrillo a ladrillo, el Utrecht construyó una muralla de naipes, sin más as bajo la manga que Douglas, un extremo al que abandonaron en la línea enemiga para que tocara la flauta. Una vaselina suya puso algo de suspense, aunque Luis García la detuvo como quien atrapa una mota de polvo. En esa acción y en un cabezazo de Zuidam al que también estuvo muy atento el meta zaragocista se resumió todo el bagaje ofensivo de un conjunto vil.

SIN PERDER LA CABEZA Nadie perdió la compostura. Cada uno en su sitio. El orden que se le debía suponer a los holandeses para defender lo tuvo el Real Zaragoza para acosar e intimidar sin perder la cabeza. Con la defensa local a punto de resfriarse por falta de trabajo, Zapater se puso a tirar centros largos y paredes para Galletti, que disfrutó a lo grande con esprints y buenos pases que no hallaron rematador. Villa sí lo hizo, pero con tanto ímpetu que más que pegarle a la pelota a un metro de Terol se la entregó a las manos en su fugaz llegada. El apetito del asturiano empezó a crecer, y en un reverso burló la vigilancia de los holandeses, que lo pararon por la vía criminal, con un penalti que el colegiado, incomprensiblemente, no vio.

Era cuestión de tiempo, pero la arena del reloj se consumía burlona sin que el Real Zaragoza hallara recompensa a todos sus méritos. De tanto escarbar en su superioridad, el equipo de Víctor, guiado por Savio, vio el final del túnel. Comenzó a correr el brasileño en paralelo al búnker, entre minas, balas y alambres de espinos. Distrajo a todos los cañones que le apuntaban y soltó el balón cuando los tanques salían en su busca. La pelota cayó en los pies de Villa, quien marcó. Lo hizo de nuevo tras una preciosa lección de ballet de Cani. Hubo paciencia y se ganó. Fue el triunfo de Job. Y del fútbol, es decir del Zaragoza.