Aunque quisiera, el Real Zaragoza no está para bromas. Es un grupo que se ha encontrado con la felicidad y no está dispuesto a dejar de abrazarla sea en Liga, Copa o en el trofeo de la sardina. Se ha publicado, publicitado y opinado sobre la inconveniencia de la Copa porque el objetivo es otro, el ascenso, y porque con una plantilla por el momento estrecha de efectivos, no merece la pena arriesgar por un plato de lentejas cuando sobre la mesa hay merluza de pincho. Pero resulta complicado domesticar las inercias, y la del conjunto aragonés, sobre todo si se lo ponen en bandeja como hizo el Mallorca, es la de un equipo que se ha abonado a ganar al margen de que el rival le apunte con bayoneta o plasme sus perezas en el campo. El conjunto de Vicente Moreno, que es de Primera, pasó de puntillas por El Municipal y el Real Zaragoza lo derribó sin compasión.

La victoria y por consiguiente el pase a octavos no se puede contemplar como un castigo. Todo lo contrario. El Real Zaragoza disfruta de una magnífica salud competitiva y este tipo de resultados suponen un estupendo complejo vitamínico para seguir con paso firme allí donde lo exija el guión. La Copa que en otros tiempos alimentaba esperanzas, ilusiones y realidades, es ahora mismo un precioso laboratorio para Víctor Fernández y, tan importante o más, un motivo de orgullo para la afición, que agiganta su fe con triunfos y dona su enorme su corazón para un trayecto aún muy complicado. Se ganó al Mallorca y se ganó de nuevo al ya seducido público. Pleno de buenas noticias.

La verdad es que el conjunto balear opuso poco. Solo el japonés Kubo dejó pinceladas de su calidad mientras sus compañeros convertían la defensa en el club de la comedia. No obstante, el encuentro había que disputarlo, y después de una primera parte con un disparo de Kagawa al larguero como única ocasión importante, no todo parecía tan sencillo. Después sí. Álex Blanco, Puado y Linares tras una amable asistencia de Soro confirmaron la honestidad de un Real Zaragoza que trató la Copa, su Copa, con respeto. Su guerra está en la Liga. Nadie lo discute ni lo cuestiona. Salir, como hizo, con la cabeza bien alta de este tipo de batallas le abastecen de seguridad y convicción. Una armadura sobre otra para luchar con certidumbre por el regreso al reino de los cielos.