El Real Zaragoza lleva ya unos días con la campaña de abonados abierta para la temporada 2019-2020, en la que su desafío es mantener o incrementar la extraordinaria cifra de 27.360 fieles del último curso. Hasta ese punto cumbre, realmente meritorio y que hay que colocar en su haber, ha llegado el club en su momento más bajo, tanto desde el punto de vista deportivo como a nivel creativo. Al menos aquí y en este tiempo, cuando la respuesta de afiliación responde básicamente a razones emocionales y de lealtad, las campañas de abonados difícilmente hacen un gran número de abonados. Son, sobre todo, un soporte para situar la acción promocional en el primer plano, tradicional punto de partida de la siguiente temporada.

La de este año del Real Zaragoza refleja cómo el club se ha quedado descabalgado de la modernidad en algunos aspectos, lejos de muchos otros equipos del fútbol profesional que han alcanzado otra onda superior a la que la Sociedad Anónima todavía no ha llegado. No hablamos de una cuestión de dinero ni de medios, que también, sino fundamentalmente de imaginación, creatividad, ingenio y otro lenguaje comunicativo. Al corazón del aficionado no se llega solo con euros, se llega con sensibilidad.

A muchos zaragocistas no les ha gustado la campaña, pero seguirán donde estaban: fieles a sí mismos y a su equipo. A un sentimiento que hoy necesita más protección y cariño que nunca. Por afecto y una manera de vivir. Porque es muy fácil ser de Pekín, es muy fácil ser de Estambul, es muy fácil ser de Madrid, más del Zaragoza no es cualquiera.