El Real Zaragoza ha adquirido tal grado de madurez que está preparado para responder a cualquier propuesta. La del Cádiz era la del infierno, donde el equipo de Álvaro Cervera se desenvuelve como un demonio se chamusque el rival afligido por el pánico escénico o le alcancen de lleno las llamas de un resultado adverso. Hoy en día, el Carranza no es santuario el de Mágico González, sino el de Fali, y el fútbol se desarrolla bajo el retumbar de tambores de una cofradía de esforzados veteranos y chicos muy rápidos que den buena cuenta de ordenanzas militares. Es cierto que el equipo de Víctor Fernández salió con un punto porque Cristian sigue ejerciendo de implacable exorcista, pero pudo también haber sumado los tres porque su gigantesco trabajo y ese delicado gol de Soro le aceditaban para la victoria. Al final, en el caldero de Lucifer se firmó la paz y se coció la gloria.

Puede que sepa a poco pero fue mucho lo logrado por el conjunto aragonés pese a que padeció primero el aguijón de Salvi y después la picadura mortal de Perea en el penalti que le impidió triunfar. Necesitaba ser un ejército, masticar y digerir un partido dentro de una cáscara táctica con similitudes a la del Cádiz: sin conceder espacios, metros, embarazosos errores defensivos y muy despierto para concretar felizmente algún contragolpe. El objetivo era tensar al máximo la paciencia de los andaluces sin que se moviera el marcador y cargando la pelota de pases de seguridad u horizontales. A ese ritmo bajo, Soro metió su velocidad supersónica, un control de azúcar y una definición de la escuela de los zurdos de oro, picadita por encima del cuerpo de Cifuentes. Ese prodigio al regresar del descanso, como si alguien hubiera incrustado una reina en un tablero de peones, lanzó al Cádiz al plan B, que consistió en la furiosa respuesta de un líder, más o menos visceral, más o menos académico.

Como Cristian Álvarez lo para todo, la única forma de batirle es ponerle solo contra el paredón de un penalti. Perea lo fabricó con habilidad y la colaboración de quienes le salieron al paso para hacerle un pasillo que Eguaras cerró a la brava. Álex Fernández cortó las alas del argentino desde el punto faíticio e impidió que el Real Zaragoza sacara adelante con el triunfo un plan bien diseñado en el que debutaron El Yamiq y Dani Torres, aún sin la sintonía suficiente pero con perfil de expertos competidores. Sin apenas llegar al área, con un centrocampismo de redoble y una monumental complicidad defensiva en las ayudas, el equipo de Víctor Fernández le robó el alma al Cádiz. Sí, esta preparado para todos los infiernos en ese camino hacia el cielo del que va restando escalones con mucho carácter.