Es una situación completamente anómala, extraña. Que un equipo se vea involucrado de manera involuntaria en tres suspensiones en una misma temporada es algo insólito, todavía más si el año deportivo en curso discurre aún por el mes de enero. Le ha ocurrido al Real Zaragoza en sus partidos contra el Fuenlabrada y el Sporting de Gijón por motivos de salud y resolución consiguiente del Comité de Competición y este pasado fin de semana en Miranda de Ebro, donde el estado del campo estaba impracticable por las lluvias y por un drenaje muy deficiente. El encuentro no se jugó por decisión del árbitro, postura en la que ambos clubs estuvieron de acuerdo y secundaron como era natural, dictaba el menos común de los sentidos y a pesar del perjuicio que ello suponía para los 1.300 zaragocistas desplazados hasta Anduva en otro acto de fidelidad de indudable elogio. No había otra salida.

Las circunstancias le han venido así al Real Zaragoza y así hay que tomarlas y afrontarlas. No es muy saludable ni provechoso para el equipo dramatizar con ellas. Más bien todo lo contrario: lo inteligente es asumirlas, interiorizarlas y gestionarlas adecuadamente para que lo que ha sido un nuevo inconveniente en el camino no genere más que eso, simples molestias. El equipo volverá a jugar este martes en los dieciseisavos de final de la Copa del Rey contra el Mallorca, un recién ascendido a Primera División que, como los aragoneses, también tiene mejores cosas en las que pensar.

La Copa no es prioritaria para el Real Zaragoza. No lo ha sido desde que está en Segunda División y tampoco lo es esta temporada, en la que las perspectivas de éxito en la Liga retumban con mucha más fuerza que años pasados. Sin embargo, una vez que el equipo ha ido superando rondas y sigue jugándola, el objetivo debe ser nuevamente la victoria y competir al máximo nivel con la alineación que Víctor Fernández considere más apropiada, que nadie mejor que él para entender qué procede. Los triunfos nunca hacen daño, más bien contribuyen a seguir alimentando la confianza, multiplican la seguridad, activan a los jugadores menos habituales y siempre hacen bien, especialmente a los buenos equipos. Y este Zaragoza lo es.