Estos partidos hay que saber jugarlos y ganarlos. El Real Zaragoza, en su escalada de rendimiento coral, va encontrando variedades a su forma de plantear y ejecutar los encuentros en función del rival. Parece sencillo pero no lo es. Facilita la labor la confianza y, sobre todo, que los resultados sonrían. Entonces un equipo se atreve a todo, incluso a entrar en la plantación de opio que plantó el Racing en el Municipal, una propuesta narcótica que gestionó el conjunto aragonés a un ritmo bajo de palpitaciones pero muy alto de intensidad. Cuando parecía dormirse, más despierto estaba. Para el público podría haber resultado un tostón, pero el aficionado está en la cresta de la ola de las ilusiones y entiende y admite todo, disfrutando de un conjunto que le emociona como bloque y le excita en las apariciones personalísimas de futbolistas de categoría.

El Racing negoció de principio a fin el empate, que es su marcador fetiche pese a que le sirva de poco porque no lo acompaña de triunfos. Ni el gol de Luis Suárez hizo mella en su guión a la espera de un balón suelto o un error que le permitiera batir a Ratón. Se abrigó alrededor de Luca Zidane y no asomó el hocico hasta la recta final, cuando ya no le quedaba oxígeno. El 1-0 fue su escudo, pero también el de un Real Zaragoza que no se dejó hipnotizar, que amasó su fútbol durante el tiempo que fuera necesario primero para tomar ventaja y después para conservarla con un monólogo tiránico. Generó ocasiones y aceleró y frenó a su gusto, sin que los cántrabros tomaran jamás una iniciativa que no perseguían ni en pintura. En la última jugada, Ros puso la guinda como si estuviera previsto. Cada cual tenía su programa pero con una gran diferencia: el equipo de Víctor Fernández posee más talento y ahora circula a toda velocidad por el carril rápido.

No, no son partidos para el espectáculo. Complicados de digerir porque uno se mete en el rincón y el otro espera para vencer a los puntos. Sin embargo, aunque la función parezca monótona, con dos actores como Luis Suárez y Guti todo resulta mucho más divertido. El pase con control remoto del centrocampista para Kagawa, que durmió el balón sobre su puntera para dejárselo de cara al colombiano, recordó a los de la escuela alemana de Netzer, Schuster o Kroos... Sí, enfrente estaba el Racing, pero la calidad no distingue universos. Raúl Guti sumó también una asistencia magnífica a Ros. En una tierra tan árida en la que brilló de nuevo con luz propia Soro, no está nada mal el repertorio que regaló el todocampista zaragozano a los espectadores.

Hay uno que no entiende de protocolos ni treguas ni pactos de no agresión. Luis Suárez tampoco comercia con el aburrimiento. Para él, el Racing era una víctima más y marcó su gol con la mordedura de una cobra real. Fue con todo el veneno al caramelo que le dejó Kagawa en casi la única aparición notable del japonés en su regreso a la titularidad, y batió a Luca Zidane. Al ser relevado por Linares, el estadio le demostró su amor incondicional, ligado sin duda a su capacidad realizadora, pero también a la furia de sus intervenciones para presentarse en el área o para intentar alcanzar un balón inalcanzable que alcanza. Así jugó y ganó el Real Zaragoza entre la adormidera que plantó el Racing. Y lo suyo ya no es una visión ni un espejismo. Está entre los mejores porque se lo ha ganado.