En la rueda de prensa posterior al partido contra el Sporting, en el que el Real Zaragoza aseguró matemáticamente el tristísimo objetivo de la permanencia en Segunda División, Víctor Muñoz calificó el día y el momento como "feliz" por haber evitado males mayores y a sabiendas, que pocos conocen estos pazos como él, de que el adjetivo iba a chirriar al instante siguiente de que saliera por su boca. A Muñoz no le hubiera costado nada callarse o hilvanar una frase políticamente correcta para salir del paso, pero desde que llegó aquí en esta última etapa apenas se ha mordido la lengua para otra cosa que no fuera hablar con verdadera transparencia del nivel técnico y cualitativo de su plantilla. Cuando arribó en marzo, el equipo iba de cabeza y a toda velocidad hacia la Segunda B. Su logro, muy modesto en términos absolutos y algo más apreciable en este contexto de mínimos, ha sido frenar esa caída en picado hacia los infiernos. Parece nada, pero desgraciadamente algo es.

Víctor sabe como nadie, porque él ha sido uno de los generadores de alegrías para el club en estas últimas décadas, que la afición del Real Zaragoza está acostumbrada a regocijarse por vivencias de calado muy superior a una permanencia en Segunda. Por títulos, principalmente. De modo que conoce como ninguno que esto son menudencias en una entidad de historia brillante. Su frase no hay que sacarla de quicio ni dejarla de poner en su adecuado contexto. Pero la realidad de este Zaragoza es justa y penosamente la que describió el técnico. La salvación, y por tanto haber esquivado un catastrófico descenso, no es motivo para fiesta alguna ni siquiera para esbozar una ligera sonrisa, pero sí que provoca alivio habiendo visto el precipicio a la vuelta de la esquina. Únicamente eso.

Ahora mismo, como está todo de crudo, con semejante crisis institucional, económica y deportiva, con el proceso de venta avanzando --ayer hubo una reunión al más alto nivel en Madrid-- pero sin cerrarse todavía y manteniendo en vilo al personal, el principal alegrón que se llevaría cualquier zaragocista sería que alguien le garantizara por escrito que la temporada que viene su equipo continuará existiendo, incluso en Segunda. A ese punto de felicidad hemos llegado.