Hace apenas una semana, este equipo del Real Zaragoza protagonizó uno de los episodios más bochornosos y políticamente necesarios de su historia con la pantomima contra el Girona: pactar un empate sin goles para evitar enfrentarse en la última jornada a un posible descenso a Segunda B, a una tragedia sin vuelta atrás. A ese punto vergonzante de rendición ética por un bien mayor se llegó por la lastimosa gestión deportiva de la Fundación 2032, de su consejo y de sus patronos, de ese espectro distorsionado que ejerce y maneja desde ultratumba. Jugadores, entrenadores y director deportivo han recibido su ración correspondiente de estacazos, la mayoría legitimado por la votación popular y por un porcentaje no menor de intervencionismo subliminal de la directiva, que sabe señalar muy bien con el dedo sin que apenas se le aprecie la mano. Esta vez, sin embargo, se le ha visto el plumero como consecuencia de una temporada inclasificable, un curso al límite que ha situado a los dirigentes en el escaparate de las críticas globales. Incluso en el podio de la responsabilidad, una situación que casi siempre había esquivado con especial habilidad. La afición, esta vez sí, apunta con tino e indignación hacia la cúpula del trueno.

Durante estos días se ha desatado una potente tempestad de acontecimientos, algunos naturales y otros con un fuerte tufo a contraprogramación. La deserción de Ángel, por ejemplo, ha supuesto que el foco se centre, con lógica, en el inadmisible y público egoísmo del delantero y en los efectos colaterales: el aspirante a Pichichi ha sido apartado de cuajo del equipo, decisión muy aplaudida pero que, seamos sinceros, la hubiese tomado un aprendiz en administración de empresas. Antes de este triste episodio, se había anunciado las renovaciones y el salto a la primera plantilla de Zalaya, Delmás y Lasure, impactante y agradable giro por una apuesta que aún permanece en el limbo de la sinceridad. Los chicos dan la talla para competir en esta categoría, pero ¿van a participar lo suficiente como protagonistas del futuro o su promoción se debe a cuestiones de una economía de guerra? En cualquier caso, la noticia ha sido recibida con ilusión.

De por medio no se ha escuchado ni leído una excusa desde la Fundación, que en lugar de atender a los heridos en el campo de batalla, es decir a sus abonados y seguidores, ha organizado un festín con otro proyecto que esta ocasión liderará en el banquillo Natxo González con cuatro fichajes confirmados, Alberto Benito y Ángel (Reus), Eguaras (Mirandés) y Grippo (Vaduz), y un buen puñado por aterrizar entre jugadores de banda, centrales, portero y delanteros. Lalo Arantegui, quien desde el primer día trabaja en absoluta libertad para hacer y deshacer, ha puesto los pies en la tierra que conoce para configurar un vestuario que cambiará casi al completo de inquilinos y que mantendrá a Cani, si decide continuar, y a Zapater como pilares de valores patrios. El director deportivo afronta un reto titánico en la reconstrucción total e individual, ajustándose además a un presupuesto de bajo gasto. La operación, inevitable, es de trasplante multiorgánico, con los riesgos que supone. También con la esperanza de que haya vida más allá de una permanencia y un perenne fútbol indigesto.

La renovación de César Láinez por tres temporadas como justo premio a su impagable y hasta heroica intervención para la salvación, se ha anunciado antes del partido ante el Tenerife, en cuya citación aparecen Adán, Guti, Lasure y Raí en justo reconocimiento a su temporada con el filial y desaparecen Marcelo Silva y Cabrera por sus inmediatas salidas hacia otros destinos. La de Ángel estaba comunicada y cantada. El encuentro ante el Tenerife parece organizado por Revestimentos 2032 SAD, una subcontrata de organización de festivales. Entre fuegos reales y artificiales, la figura de Lalo Arantegui emerge como exclusiva garantía de autenticidad.