—¿Qué tal está por Brasil? Sigue disfrutando del fútbol.

—Después de muchos años viviendo fuera de mi país y de los cinco años en Emiratos Árabes regresé en el 2015. Con 35 años volví a la selección brasileña y metiendo goles. Después de tres años con el Santos, de éxitos, títulos, goles e historias me apeteció salir del estado de Sao Paulo y acepté el reto de venir al Atlético Mineiro. Estoy feliz por seguir jugando y continuar metiendo goles.

—Estando en el Milan sucedió uno de los episodios más duros de su vida, que fue el secuestro de su hermana. ¿Cómo lo vivió siendo jugador de primer nivel?

—Es un tema que recuerdo con dolor, pero al mismo tiempo con esperanza porque salió todo bien. Mi hermana está totalmente recuperada. No se puede separar el futbolista de la persona, es imposible; como tampoco el periodista de la persona. Fue un palo muy duro porque estaba viviendo una gran experiencia en el Milan y fue en el primer mes. Debuté, marqué un gol, ganamos y días después recibí la llamada del secuestro de mi hermana estando en mi casa de Sevilla disfrutando de unos días de vacaciones con mi familia. Mi sobrina, la hija de mi hermana, estaba conmigo. ¡Imagínese! Le tuve que dar la noticia del secuestro de su madre y fue algo que me debilitó muchísimo. Intenté tranquilizarla diciéndole que haríamos todo lo posible para solucionar la situación y regresamos a Italia de inmediato. Fueron cinco meses y medio de secuestro, el más largo de la historia del estado de Sao Paulo.

—¿Cómo le ayudaron desde el Milan?

—Un día Carlo Ancelotti, que fue un padre para mí, me dijo que si quería estar allí, bien, pero que si deseaba ir a casa con mi familia que lo entendía, porque era algo muy personal. El Milan se puso a mi lado siempre. Galliani, Berlusconi… Tomamos la decisión de entrenar, pero no jugar, porque sería un martirio estar en casa pensando. Busqué en Dios refugio y fuerza para superar los conflictos emocionales que estaba pasando. Pasé del sueño del Milan a una pesadilla.

—Acabó aquella temporada tan dura y recibió la llamada del Real Zaragoza. ¿Cómo fue el proceso hasta que llega cedido al club?

—Italia me marcó negativamente por el dolor del secuestro, pero profesionalmente fue increíble disfrutar de jugadores como Maldini, Kaká, Seedorf, Pirlo, Gatusso, Inzaghi, Dida, Cafú, Nesta…Cuando todo pasó, y después del año que ganamos la Champions, el Zaragoza fue un bálsamo por regresar al país que me hizo feliz. Era un nuevo desafío y también tenía un proyecto increíble con Agapito y los jugadores que estaba fichando. Aceptamos mi familia y yo el reto. Como anécdota, después de no haber logrado los objetivos colectivos y del descenso, regresé a Italia unos días y coincidí con Mourinho. Me saludó y me preguntó sorprendido que qué había pasado con el equipazo que teníamos, que por qué bajamos. No se encuentra una razón. Con la ambición de la UEFA y la Liga, fue un palo muy duro, pero personalmente fue un año bueno porque metí muchos goles y el Zaragoza me compró aun habiendo bajado.

—¿Qué objetivos le marcaron desde el club para la temporada? ¿Quizá llegar a la Champions?

—César Sánchez portero, Ayala, D’Alessandro, Aimar, Sergio García, Óscar, Matuzalem, Diego Milito… Estábamos en la UEFA y el objetivo era pelear lo más alto en la Liga para entrar en Champions y creíamos que teníamos equipo para llegar a ese reto. Al final pasó lo que pasó. Fue una decepción para todos, para la afición, el presidente, Agapito, jugadores…

—A lo largo de su carrera ha jugado con grandes futbolistas y aquí en Zaragoza no fue menos. ¿Cómo valora la delantera que formaba con Diego Milito y Sergio García?

—Entre las mejores de mi carrera, se lo aseguro. Estuve con Diego Milito este año, porque fuimos a jugar la Copa Sudamericana y Diego está como gestor deportivo del Racing. Hablé con él y recordamos nuestros momentos ahí, los goles que marcamos… Fue de los mejores compañeros que he tenido de delantero. Teníamos jugadores de clase, definición y liderazgo natural.

—¿Hubo algún roce con Diego Milito por ser el delantero estrella del equipo?

—No. Nos llevábamos muy bien. Es normal que en un momento dado uno se pueda enfadar porque uno piensa que podía dar un pase y el otro pensaba que lo mejor era chutar. Con Diego, fenomenal. Como persona y jugador tengo gran admiración por él.

—¿Qué pasó en los primeros partidos para que no dieran la talla?

—Es algo que nosotros también nos preguntamos. Era un equipo con tantos nombres y buenos jugadores… Trabajábamos muchísimo y pensábamos que la mala racha iba a cambiar. No nos salían las cosas y cuando se entra en una dinámica muy negativa, el entorno también empieza a estar negativo y las cosas no salen. Nos quedábamos flipados pensando en cómo con este equipo no nos salían las cosas. También está la parte emocional. Si no tienes fortaleza es muy difícil volver.

—¿Les afectó el apartado más institucional y extradeportivo? Por ejemplo se hablaba de la construcción del estadio.

—Todos estamos involucrados defendiendo una camiseta y una institución. No se puede separar, vamos todos juntos cuando se gana y se pierde. Todos tienen que hacer un esfuerzo para que los problemas se solucionen. Los malos resultados nos afectaron y lo extradeportivo, también. Estábamos sin dirección. Cuando no tienes los objetivos claros ni sabes qué es lo primordial… ¿Dónde se hace el fútbol? ¿En los despachos? No, en el campo. Los problemas vienen de todos los lados. No supimos lidiar con estos problemas y acabamos fracasando.

—¿Fue difícil la convivencia en aquel equipo?

—Para mí, no. Quería disfrutar de la clase de los jugadores que tenía al lado. Había jugado con Ayala y Aimar en Valencia. Después Milito, Diogo, Luccin… Son jugadores de mucha clase y carácter. Si hubiéramos tenido una buena conexión y las cosas hubieran salido como estaba planeado, hubiéramos hecho historia. El vestuario no fue un peso.

—¿Entendieron que hubiera cuatro entrenadores en una misma temporada? ¿Hubieran preferido que hubiera seguido Víctor Fernández aunque no se lograsen buenos resultados?

—Independientemente de los nombres, el planteamiento de un equipo se tiene que respetar. Algo está mal cuando hay cuatro entrenadores en una temporada. No es posible. Cuando se hace un equipo, con muchos jugadores que acaban de llegar, se necesita tiempo para adaptarse el uno al otro, al sistema y a la idea de juego. Con tanto cambio no se logra y se demuestra que no había planteamiento ni una dirección. Tendría que haberse explicado que éste era el proyecto, éste el entrenador y con ello vamos hasta el final y no intentar solucionar las cosas cada tres o cuatro meses. Teníamos un gran equipo, el proyecto era muy ambicioso y había tiempo para trabajar y que el equipo cogiera química.

—Tanto Garitano como Irureta se acabaron marchando. ¿Por qué?

—Los resultados. Si las cosas salen bien en el campo, los resultados mantienen a los entrenadores. Sabíamos que teníamos problemas dentro y fuera del césped. Éramos como un reino en guerra. No lográbamos juntarnos y decir: ‘Vamos todos hacia el mismo lado y vamos a hacer todo para lograr los objetivos’. Los problemas se quedaron demasiado grandes.

—¿En qué momento se da cuenta de que el objetivo es no descender?

—No hubo un momento puntual, pero uno va teniendo esa sensación cuando va pasando el tiempo. No lográbamos ganar, iba entrando una dinámica negativa, los cambios de entrenador, los problemas extradeportivos… Todo eso hace que te pegue un bajón. El objetivo más urgente y de emergencia era la permanencia en Primera. Fue durante todo el segundo semestre.

—A pesar del descenso el club le compra. ¿Cree que quería contar de verdad con usted o era para obtener beneficio por un traspaso futuro?

—Es difícil pensar en la cabeza de otro. En mi primer año metí muchos goles y el Zaragoza optó por ficharme. Estaba contento, aunque jugar en Segunda División fue muy duro, pero acepté el reto y quería devolver la ilusión a la afición. De todos modos soy inteligente y sé que el fútbol es un negocio y fue una inversión que hizo Agapito pensando seguramente en recuperarla en el futuro. Obviamente me hizo ilusión a pesar de jugar en Segunda y no dudé en quedarme a pesar de tener otras posibilidades, pero cambiaron los planes en invierno porque había que vender para sacar dinero.

—¿Fue complicado verse en Segunda División después de su trayectoria en grandes equipos y peleando por títulos?

—Fue durísimo, sin duda. No es lo que uno espera, pero acepté el reto. Estaba en el barco cuando naufragó y quería levantarme y aceptar la realidad, nunca huir. No soy de esos. Soy de los que piensa en unir fuerzas con los que tengo alrededor. Fue duro, pero con el orgullo de decir: ‘Estoy aquí y voy a levantarme con los que se queden y los que vengan’. Para resolver los problemas hay que plantarles cara.

—Conociendo a Agapito Iglesias, ¿se esperaba por aquel entonces su mala gestión?

—Mi relación con Agapito pienso que era buena. Siempre me atendió cuando estaba en el club, hablaba conmigo sobre cómo estaba el equipo, la situación, los objetivos… No tuvo problema, pero me sorprendió todo lo que ocurrió después. Tomó decisiones precipitadas y la justicia es la justicia. Lo que se hace mal se paga y es así. Entró en caminos duros y estoy sorprendido por cómo dejó el club.

—Ha jugado en Emiratos Árabes o Brasil desde su marcha del club. ¿Ha seguido al Zaragoza durante este tiempo?

—Poco. Sé que está en Segunda peleando por volver. Me gustaría enterarme más de cómo va el Zaragoza, pero son tantos años y tan lejos que a veces cuesta.

—También la religión es muy importante en usted, ya que es pastor evangélico.

—Todo lo que soy hoy como persona se lo debo a Dios. Fui consagrado como pastor en el 2008, cuando estaba en Zaragoza, y hace 18 años que sirvo al Señor. Con 20 años entendí que debía dedicar mi vida también a Dios y no solo a mis deseos, por cuestión de gratitud. Hoy por hoy, en Brasil, nadie me llama por mi nombre, sino que me dicen pastor. Poquísimos me llaman Ricardo. Es una pasión. Tenemos una bendición tan grande que, en vida, le tengo que ser grato y siempre que puedo me dedico a predicar y siempre saco un rato de mi tiempo para Dios.

—¿Qué hace concretamente cuando ejerce de pastor?

—Tenemos un reconocimiento de la iglesia, que es pastorear o cuidar de personas. Hay quien se pregunta cómo es posible compaginarlo con el fútbol. No me dedico integralmente al pastoreo, pero tengo tiempo para pastorear. Cuando estuve en Emiratos Árabes fundamos una iglesia brasileña en Abu Dabi. En Brasil no pastoreo una iglesia, pero me siento para unir y escuchar. Me dedico a las personas que necesitan consejos o entender más lo que es dedicar una vida a Dios.

—¿Le dedicará más tiempo cuando se retire del fútbol?

—Sí, es una idea muy clara que tengo y una decisión personal. Cuando deje el fútbol tendré más tiempo para dedicarme a la iglesia en este sentido, para cuidar personal a tiempo completo.