Para sentirse orgulloso no es, la verdad. La forma de la victoria contra el Real Jaén produjo la misma cantidad de sonrojo que de alegría, aunque si se desciende a los bajos fondos del pragmatismo por los escalones de la necesidad y no de la dignidad, el triunfo hay que abrazarlo en lugar de mirarle los dientes. Como dijo Víctor Muñoz al final del encuentro, que el rival te entregue el partido con un gol en propia meta y en el minuto 90 no encaja en la ortodoxia. Cómo va a serlo si el Real Zaragoza se distingue precisamente por jugar al fútbol sin fútbol. Además es el conjunto más afortunado de la categoría en la desgracia ajena: el de ayer supone el quinto tanto que le regalan los adversarios. Bastante tiene con agarrarse a un clavo ardiendo como para tomarle la temperatura.

En la era Víctor Muñoz, como antes en la de Paco Herrera, el conjunto aragonés continúa reñido con el balón y el caso de su defensa, la colectiva e individual, no la llevaría ni el el abogado del diablo. Sí es cierto, sin embargo, que se ha puesto muy pesado para contrarrestar su mala fama bien ganada de grupo impredecible, remendado en la alineación por bajas bien sean por cuestiones físicas, de sanción o mentales. Si hay dos personajes que en estas últimas cinco jornadas han interpretado mejor que nadie el mensaje de la supervivencia, estos son Roger y Montañés. Les viene en el ADN la perseverancia, el correr sople el viento a favor o en contra. El delantero se marcó dos errores de órdago contra el Deportivo y desde entonces el cañón de su pistola ha vuelto a humear. El centrocampista, sumido en la melancolía, ha despertado a tiempo, como hay que exigirle por su capacidad exclusiva para enlazar con los atacantes sin utilizar un cañonazo de los centrales.

El gol lo metió Hugo Álvarez, justo cuando el Jaén se hacía amenaza, en la recta final. La divina providencia sonrió al Real Zaragoza en tiempo y forma, si bien Montañés llamó a las puertas de la fortuna con un desborde de enorme habilidad, de frío cálculo burlón, en el momento en el que los nervios estrangulan cualquier capacidad inventiva. A su buen pase posterior acudió Roger sin llegar pero dejando el aliento de su presión tan próximo al defensa del Jaén que provocó su angustia, el fallo en el despeje y el estallido de felicidad y sonrojo en La Romareda. Primero la celebración; luego el reconocimiento de los hechos.

No hay casualidades. Desde que Roger y Montañés han vuelto a cabalgar juntos, el Real Zaragoza no pierde y avanza hacia la salvación. Firmaron los dos goles frente al Alavés; en Los Pajaritos, al punta le hicieron el penalti que transformó Luis García y logró el 1-2 en otra reacción incompleta, y ayer ambos aparecieron en escena: uno como protagonista, después de que el larguero le negara el gol, y el otro como prolongación de una doctrina que carece de soporte escrito, que está en el aire de un Zaragoza que solo sabe que no sabe nada excepto porfiar en la caza aun sintiendo que en un instante puede convertirse en la pieza. Porque la carabina de Ambrosio es un arma de destrucción masiva en esta categoría.