El comportamiento en Lugo y la incontestable actitud ante el partido fueron las últimas evidencias de dónde tiene fijada la mirada el Real Zaragoza de Víctor Fernández. A pesar de haber merecido adelantarse en el marcador en un primer cuarto de hora rotundo, de control absoluto, juego limpio y ocasiones muy claras, empezó perdiendo. Cuando empató, el equipo no se conformó y quiso más, como ya lo había hecho en cualquiera de las jornadas precedentes desde el bendito relevo en el banquillo. Para el presunto objetivo de la salvación, un punto hubiera sido un buen botín. Alcanzará o no alcanzará al final de la Liga, pero la aspiración no es esa. La vista está puesta en otra dirección: enfocada hacia mucho más arriba.

De ahí ese deseo permanente por buscar el gol y la propuesta de fútbol insaciable de Víctor Fernández, una especie de todo o nada, de apuesta a una carta que puede conducir al cielo o terminar en un callejón sin salida en cualquier carretera secundaria.

La intención es muy transparente y extremadamente valiente. Fuera el juego calculador, el conservadurismo y aquello de nadar y guardar la ropa. Ayer el entrenador aragonés volvió a aventurar para esta tarde contra el Albacete, el líder de Segunda, un encuentro con mucho ritmo, abierto, de idas y venidas, verticalidad y esa sensación de montaña rusa que recoge el aliento. La ruleta rusa de Víctor tiene riesgos, como el partido del Anxo Carro puso de manifiesto, pero para poder tocar el cielo hay que volar, no vale con quedarse quieto con los pies sobre la tierra.