Se acabó la agonía. El Zaragoza no bajará a Segunda B. Al menos, esta temporada. El empate, ayer, del Rayo Majadahonda en casa ante el Córdoba (0-0) otorga la salvación matemática al conjunto aragonés. La permanencia llega con dos jornadas por disputarse. La permanencia no ha hecho sino evitar una tragedia. La campaña del Zaragoza ya es una de las peores de su historia. El fracaso ha sido mayúsculo, con escasos precedentes en los más de 80 años de existencia del club. Porque este iba a ser el año. El segundo de un proyecto que debía llevar al Zaragoza a Primera o, al menos, a luchar por ello.

Nada más lejos de la realidad. Esa temporada marcada a fuego desde todos los estamentos de la entidad ha sido un cúmulo de despropósitos, errores y desastres. De principio a fin. Nunca hubo opciones reales de ascenso y esquivar las cuatro últimas posiciones se convirtió demasiado pronto en la única meta posible.

Las causas de la hecatombe son numerosas. Nadie se salva. Solo la afición, maltratada de nuevo, y Víctor Fernández, el artífice de la salvación. Todo empezó con la extraña decisión de encomendar el ascenso a un técnico con nula experiencia en la categoría, Imanol Idiakez, al que se le achacó una pretemporada con escasa carga física y que apenas duró una decena de partidos. Con el equipo igualado a puntos con el descenso y a nueve del playoff, la dirección deportiva adoptó un giro de 180 grados: Lucas Alcaraz.

El remedio fue peor que la enfermedad. El granadino pronto perdió la confianza del vestuario. El Zaragoza se hundió tras ganar solo uno de los ocho partidos que dirigió. La derrota en Riazor ante el Deportivo de Natxo provocó su despido. El Zaragoza estaba en puestos de descenso, a 13 puntos del playoff y 19 del ascenso directo. Lalo, tras su segundo fracaso, recurrió a Víctor Fernández, que ha cumplido su misión.

El desastre no solo es achacable a las erróneas decisiones de la dirección deportiva en la elección de entrenadores, sino que alcanza a más estamentos de un club que precisa más profesionalidad. Las incesantes e innumerables lesiones han puesto en entredicho la capacidad y solvencia de los servicios médicos y asistenciales entre los que, por cierto, la sintonía chirría desde hace tiempo. Tal es así que la confianza en alguno de ellos por parte de los futbolistas se ha quebrado. Ha habido casos como el de Papu, que estuvo un mes en su país para tratar una lesión sin aparente gravedad con el beneplácito de un club en el que falta hambre y dedicación exclusiva y sobra personal acomodado y desmotivado.

Tampoco se escapan del fracaso los jugadores. Solo Cristian, jóvenes que han dado un paso adelante como Nieto o Biel, o James y Guitián se libran de un suspenso generalizado del que también huiría Ros. Nadie más. La Romareda reclamó cabezas en la directiva y la continuidad de Víctor. Esa será la primera decisión.