El Real Zaragoza se ha salvado de bajar a Segunda División B en la penúltima jornada con un pacto de no agresión con el Girona de por medio. No, no es para sentirse nada orgulloso el haber escrito este epílogo bochornoso. Así se cierra otra temporada de páginas en negro para un club condenado por intervenciones políticas de todos los colores, utilizado como herramienta de poderes plebeyos, retenido a la fuerza por intereses malsanos o por la mediocridad de tecnócratas. El legado de este decenio de gobiernos bananeros en lo económico y en lo deportivo ha sido un viaje de ida y vuelta por el puente de los suicidas. Del criminal proyecto faraónico-masón de Agapito Iglesias al boceto de novicio ególatra de la Fundación 2032, sin línea maestra alguna, el Real Zaragoza ha encallado en la nada, negociando el retraso de tributos como si los culpables fueran los lícitos acreedores que mal cobran si lo hacen. Ya sólo asoma su proa histórica, su gloria pasada, y una afición que trata como puede de evitar al menos el hundimiento emocional, de rescatar los enseres sentimentales con la remota ilusión de un futuro reflote.

Se ha puesto fin a otro ejercicio de malabarismos en la cuerda floja, de plañideras justificaciones y de mutismo institucional; de un intento de control de las voces disconformes. Esos silencios que enmudecen los sucesivos fracasos, producto de la falta de argumentos creíbles de patronos, propietario y algunos empleados con amplio armario de chaquetas, son la constatación de una empresa deficitaria de profesionales en su cúpula. Ese Real Zaragoza sin rostro gubernamental que delega su palabra en futbolistas, entrenadores y directores deportivos para luego decapitarlos previa campaña de desprestigio, produce escalofríos. ¿Quién es quién? ¿Qué personas toman las decisiones? ¿Hay consenso o puño sobre la mesa? ¿De dónde viene y hasta dónde llegará el capital invertido? ¿Cuáles son las auténticas intenciones de los bienhechores? ¿De qué material era aquel euro que recogió Agapito en la transmisión del paquete accionarial? La viabilidad pasa inexorablemente por el ascenso a Primera División, pero se va cumplir la quinta campaña consecutiva lejos de la nobleza y nada indica que este invierno no se vaya a eternizar.

Las medias verdades entre bastidores siempre se transforman en mentiras completas a la luz de la realidad. Pero en este controlado escenario, la oscuridad impuesta por el guión protege a los autores de una obra sonrojante. El equipo pierde entidad y las plantillas se desnutren progresivamente hasta protagonizar temporadas como la actual, la peor que se recoge en la hemeroteca zaragocista. Mientras la Fundación no deje caer su antifaz, se desprenda de paniaguados y se humanice (o venga capital ajeno de imposible rechazo), el Real Zaragoza continuará enfermando. El nuevo director deportivo, Lalo Arantegui, trabaja con ahínco en mejorar la salud competitiva. Las directrices, salpicadas por la rumorología urbana de un poderoso aval bancario de origen catalán o la entrada de un fondo inversor de la 'Conchinchina', son adquirir jugadores a préstamo y futbolistas con experiencia en la categoría, jóvenes o veteranos, a bajo coste. 200.000 euros brutos para algún gasto extraordinario. ¿Les suena? Larga vida a Arantegui en este planeta sin dios. Y gracias a César, a Láinez.