El partido fue siempre del Real Zaragoza, que aprobó con nota muy alta sus asignaturas pendientes, sobre todo la defensiva, y recuperó para la causa a Movilla, a quien le quitaron por fin la férula de protección de su brazo derecho y comenzó a moverse y a jugar sin ese apósito con la misma alegría que acogió Barrabás la noticia de que era hombre libre. Hubo equilibrio en todas las líneas, dinamismo, combinación, un espíritu de colmena de abejas para trabajar en sociedad y, en la primera parte, al menos media docena de oportunidades para haber enviado a la Real Sociedad de vuelta a San Sebastián sin disputarse el segundo acto. Entre ese zumbido de trabajo industrial y en no pocas ocasiones atractivo, un futbolista enamoró a la grada como Ava Gadner lo hacía con la cámara. Otra vez pintó una obra maestra Savio en La Romareda, lo que viene a demostrar que en el deporte, por encima de todas las cuestiones tácticas, se imponen los grandes artistas, los genios que aparte de alegrar la vista a la familia no tienen piedad con el enemigo.

La actuación del brasileño fue sencillamente magistral, en su línea de esta temporada, en la que comparte el mismo contrato con el diablo que Dorian Gray. El estadio fue un ¡oooh! continuo ante el espectáculo de magia del engaño del delantero reciclado a interior. Como el escapista Houdini, Savio conoce todos los secretos y huye de las cadenas de la banda izquierda con un repertorio asombroso. Frente a la Real Sociedad se anunció a sí mismo por los altavoces de la hinchada, que en cuanto le vio marcharse la primera vez de López Rekarte se puso a corear su nombre como candidato preferido de su corazón.

Bajo la chistera esconde tantos trucos que su marcador acaba el encuentro con una camisa de fuerza y camino del frenopático. López Rekarte no es un tipo que se deje asombrar por cualquiera, pero ayer sufrió un pasmo de tanto ir en busca de Savio y verle desaparecer. Puso rápido en práctica esa jugada en la que recibe la pelota, amaga con detenerla y, con un sutil toque, la orienta hacia la portería por un pasillo que despeja de rivales hasta convertirlo en el Mar Rojo del Antiguo Testamento. Una vez, y otra, y la hinchada de pie para no perderse detalle. No creyeron en él Villa y Javi Moreno y su pase pasó de largo. En la segunda demostración, la fe se la reservó para él, repitiendo la escena con un eslalon que cortó López Rekarte derribándolo. Penalti y gol de Villa.

No sólo acapara el escenario, sino que lo comparte al contagiar a sus compañeros. Villa se inventó una vaselina larguísima que cogió a Riesgo hablando con los amigos de la cuadrilla por el móvil, y el balón pegó en larguero. Alvaro no marcó de cabeza porque lo impidió la cabeza de Garrido, y Javi Moreno, en un día en el que olvidó las balas en el vestuario, disparó alto una asistencia de Galletti. El equipo de Savio tenía mucho apetito y ganas de estar a la altura del maestro contra un adversario resumido en la seguridad de Luiz Alberto, el incordio de los centímetros de Kovacevic y la constancia de Nihat. Poco más.

Pero de vez en cuando, como ocurrió con el universo, de la nada sale algo, y en una carrera en la que Alvaro quiso emular al Beckenbauer de México-70, el defensa abandonó el hogar, perdió el balón en el centro de la cancha y dejó la puerta de Wrandeburgo abierta tras de sí. Rossato armó la contra y Kovacevic el lío al caer en una salida a destiempo de Luis García. Karpin, que dormía el sueño de los zares a un cuarto de hora de la revolución, vino y estableció el empate de penalti. Ya no se vio más su desordenada melena rusa, pero sí a Kovacevic y a Nihat, quienes estuvieron cerca de adelantar a los donostiarras en la crisis pasajera que le entró al Real Zaragoza. El poste repelió un testarazo del serbio y al turco se le torció la bota.

NUEVA LLAMADA Agitado por las dudas, el equipo que entrena Víctor Muñoz llamó de nuevo a Savio, que acudió en su auxilio con esa imagen de apóstol que le da el pelo largo cubriéndole la palidez de su rostro cristiano y la continuas crucifixiones a las que se ve sometido por sus marcadores. --ya en el penalti le clavaron los tacos en el muslo--. A López Rekarte se lo llevó de paseo por la diagonal y su lanzamiento con la derecha, en la frontal del área, despertó al Real Zaragoza.

De la magia al milagro. Nadie sabía que el brasileño se había trasladado a la derecha. Nadie salvo Zapater. La Real lo buscaba sin éxito cuando el jugador aragonés adivinó a Savio tras el ojo de una aguja. Por allí metió el balón Zapater, como lo hubiera hecho Juan Señor, un centro que dejó al delantero solo frente a Riesgo. Fueron tres segundos en los que pintó la Capilla Sixtina con los dedos de su pie izquierdo: corrió hacia el guardameta por un lugar inhóspito para él, hizo desaparecer la pelota y cuando todo el mundo pensaba que estaba bajo el jersey de Riesgo, el balón apareció como una paloma herida dentro de la red del conjunto guipuzcoano.

Savio fue sustituido y el estadio se puso en pie emocionado. Mientras se iba levantó la mano para corresponder al público, y en la palma llevaba una llave de oro, la que abría por igual la camisa de fuerza de López Rekarte y la victoria.