El Zaragoza de Víctor ha muerto. Hace tiempo que los buitres trazaban siniestros círculos a la espera del fatal desenlace. Porque se veía venir. Tres días hace que experimentó una ligera mejoría que invitó a soñar con una recuperación milagrosa, pero no había nada que hacer. La caída fue brutal. El cadáver yace inerte en una Romareda que lo vela entre sollozos. Vacía y humillada. Destrozada tras albergar cinco derrotas consecutivas por primera vez en la historia de un club que no se merece semejante bochorno. Tan incomprensible como insoportable. Tan vergonzoso como inadmisible. Víctor, el gran artífice del gran Zaragoza previo a la maldita pandemia, no es el único culpable pero sí es el máximo responsable de semejante afrenta.

Seguramente, ya no hay nada que hacer. Esa sería la lógica conclusión sobre un Zaragoza en el que solo es posible creer cuando no juega. Quizá, incluso, a estas alturas un relevo en el banquillo ya no sirva para nada pero las matemáticas y la clasificación exponen que el equipo aragonés tiene muchas opciones de jugar el playoff de ascenso a Primera División. Así que, solo por eso, sería imperdonable abandonarse. No lo debería consentir un club arruinado cuya supervivencia a corto y medio plazo está supeditada al retorno a la categoría perdida en todos los sentidos. Y con Víctor ya no es posible. Quizá con otro tampoco, pero la única esperanza que resta es soñar con una transformación radical del estado anímico de un grupo deprimido, incapaz y entregado al que Víctor no ha sido capaz de levantar y que ese cambio de mentalidad repercuta en un físico arruinado. Una metamorfosis en cuerpo y alma.

Es tan cierto que el virus acabó con aquel Zaragoza como que la gestión de Víctor cuando volvió el fútbol ha sido nefasta. Pocas rotaciones, menos confianza en algunos jugadores y más en otros mermados físicamente. Una mezcla mortal en una plantilla corta que el técnico, vacío de recursos tácticos y perdido en su propia confusión, ha acortado todavía más.

Pero sería injusto que ese entrenador que hizo soñar de nuevo al zaragocismo acaparara todas las críticas. La histórica debacle del Zaragoza debe incluir a los futbolistas entre sus causantes. Unos porque no pueden, lo cual ya es grave, y otros porque parece que no quieren, que es aún peor.

Así que, a estas alturas, el Zaragoza es un muerto en vida. Un alma en pena incapaz de ganar a nadie y al que resulta insoportablemente sencillo ultrajar. En nueve partidos ha encajado tantas derrotas (6) como en los 31 anteriores y, sobre todo, es un desastre defensivo. 18 goles en estos nueve duelos pregonan a los cuatro vientos que este Zaragoza de Víctor es un equipo de Segunda B.

Es el club el que debe valorar si vale la pena acometer un relevo en el banquillo, apostando por alguien de fuera o, lo que parecería más probable, por Iván Martínez. Eso siempre que Víctor no decida dar el paso antes. No lo hizo ayer. Quizá se sienta capaz de revertir esto. Y el club también lo crea. Desde luego, ahora no lo parece.