—¿A qué se dedica ahora?

—Estoy viviendo en Asturias desde que me fui de Pamplona. Nos asentamos en casa, en Avilés, y le echo una pequeña mano a una agencia de representación en Asturias. El resto del tiempo aprovecho para disfrutar de la vida y hacer cosas que durante mi etapa como futbolista no podía.

—¿Por ejemplo?

—Viajar y hobbies. Llevo cuatro años enganchado al surf y estando por el norte prácticamente todos los días me permite hacerlo. También voy a circuitos. Cuando jugaba tenía algún coche y desde que estuve en Pamplona, que hicieron el circuito de Los Arcos, con el grupo de amigos de vez en cuando íbamos a rodar allí. Después de mi retirada he ido a más sitios como a Motorland, al Jarama y una vez al año vamos siempre al circuito de Nürburgring, que es el paraíso.

—¿Fue duro salir del Sporting, su equipo, siendo un jugador tan joven todavía?

—Al final te pilla en una edad joven y lo que quieres es crecer cada vez más. Entonces el Celta estaba jugando competiciones europeas, rozando meterse en Champions, y con el Sporting ese año habíamos descendido a Segunda. Que te llame un equipo de Primera, en Europa y con 22 años… Lo que quieres es mejorar e irte. Lógicamente abandonar tu casa cuesta, pero fue un paso adelante y, de los siete años que estuve en Vigo, en seis estuvimos jugando competiciones europeas.

—Llegó el verano del 2006 y ficha por el Real Zaragoza. ¿Cómo se fraguó?

—Llevaba todo el año en negociaciones con el Celta para renovar, pero por unas circunstancias o por otras no se terminaba de cerrar. Cuando mis compañeros estaban ya prácticamente de vacaciones me llamó mi representante y me dijo que estaba la opción de poder firmar con el Real Zaragoza. Fue todo muy rápido y se hizo en un pispás. Como ese verano quedaba libre, firmé con el Zaragoza y una semana después se lo comuniqué al Celta.

—¿Le entró por los ojos el ambicioso proyecto que se estaba montando?

—Más que el proyecto, el Zaragoza siempre me había gustado como equipo, no sé por qué, ya desde la época de la Recopa. Además, la baza era que el entrenador era Víctor Fernández, que lo tuve cuatro años en el Celta. Cuando me presenté en Zaragoza conocí a Agapito y vi cómo iba a ser la historia y lógicamente estuve más contento, aunque podía asustar por todo lo que se quería hacer en tan poco tiempo.

—¿Cuándo empezó a notar que el Zaragoza quería correr antes de aprender a andar?

—Querían que todo se hiciera muy rápido. El Zaragoza estaba en la zona tranquila y con la llegada de Agapito se querían fichar jugadores a base de talonario, como los nuevos ricos. Se quería conseguir llegar a la Champions y en el fútbol, como todo en la vida, todo tiene un proceso. Con el tiempo, desgraciadamente, se vio que las prisas no son buenas consejeras. El segundo año descendimos cuando nadie podía imaginar que con la cantidad de buenos jugadores que había y con el desembolso económico que se había hecho que eso pudiera suceder.

—¿Qué significa para usted Víctor Fernández?

—Cuando le conocí en Vigo vi a un entrenador que concebía el fútbol de una manera completamente distinta a cómo lo veían la mayoría o, al menos, a los que yo había conocido. Era todo fútbol de ataque, posesión de balón y todo estaba enfocado a querer ganar el partido, pero jugando al fútbol. Para un chico joven como yo, con 22 años, encontrarte esto es lo que más choca.

—¿Cree que en aquella primera temporada el equipo jugaba muy bien y divertía?

—Sí. Además estoy convencido de que incluso ahora que la situación del Zaragoza es de nervios por estar en el pozo, estoy seguro de que Víctor va a seguir intentando hacer lo mismo que hace diez o quince años. El equipo va a jugar al fútbol y aquel equipo de la primera temporada también jugaba bien al fútbol y daba espectáculo porque había jugadores para ello. Estamos hablando de los Milito, Ewerthon, Movilla, D’Alessandro, Aimar… A Víctor le habían hecho un equipo con jugadores del perfil que a él le interesaba. Creo que fue un buen año a pesar de que las circunstancias no eran altas, eran lo siguiente.

—Compartió muchos partidos con Gaby Milito. ¿Ha sido el mejor central con el que ha jugado?

—A Gaby Milito le asemejo futbolísticamente a lo que era el Toto Berizzo en el Celta, con el que también coincidí. Eran dos centrales zurdos, con buena salida de pelota, argentinos, competitivos… Gaby tuvo un rendimiento espectacular en el Zaragoza y después en el Barça también funcionó muy bien. Tuve la suerte de tener muy buenos compañeros, porque también coincidí con Fernando Cáceres en el Celta.

—Y con un jovencísimo Piqué.

—No tuvo muchos minutos porque estábamos Gaby y yo, pero ya se le veía que era un fenómeno por sus condiciones físicas y técnicas. Lo único que le podía perder era su cabeza, que me imagino que andará igual (risas). Se le veía que si no llegaba a ser de los mejores del mundo iba a ser porque algo había fallado por el camino que no era futbolístico. Lo tenía todo, porque medía más de 1.90 pero también era muy rápido, resistente y con el balón en los pies hacía cosas que el 90% de los centrales no las hacían. Vino del Manchester United, con 19 años y el tío era un poco bala, pero se le veía con una personalidad distinta.

—En verano se volvió a doblar la apuesta. ¿Les dijeron que el objetivo era llegar a la Champions de forma explícita o ya lo sabían?

—No hacía falta que nos lo dijeran. Solamente por el proyecto y la inversión que se estaba haciendo no era algo obligado, pero sí que había que intentar conseguirlo. Después son los resultados los que te marcan el objetivo y de lo que se supone que teníamos que pelear a lo que luego pasó hubo un mundo. Se fue complicando todo, juegas una competición europea, te mezclas con la Liga y no es fácil. A pesar de lo que puede pensar la gente, no es fácil jugar entre semana y el domingo durante muchas semanas y hay que estar muy bien preparado.

—¿En qué momento vieron que se comenzó a torcer la temporada y que debían pensar solo en no bajar?

—Eso se va viendo. Los demás iban ganando y sacando resultados y nosotros no éramos capaces de vencer. Ya las matemáticas puras te decían por lo que estabas peleando. Lo típico que uno piensa es que hay tiempo y sí, lo hay, pero hay un momento en el que ya no y los demás también ganan. Es muy difícil salir.

—En el comienzo de la segunda vuelta destituyeron a Víctor Fernández. ¿Entendieron esa decisión? ¿Y cómo le afectó por su relación con él?

—En el fútbol, los que llevamos muchos años, sabemos por dónde se parte todo y por las situaciones que se van dando sabes lo que va a pasar. La destitución de Víctor, visto cómo iba la Liga y lo que estaba sucediendo, pudo pasar esa semana, la anterior, dos después… pero se veía. A nivel personal, pienso que había buena sintonía con el míster. Con Víctor, por cómo entrena y cómo juega, el futbolista se divierte. Estaba fastidiado porque era otro paso más para saber que la temporada estaba siendo un fracaso.

—¿Se vuelve loco un jugador con cuatro entrenadores en una temporada?

—De joven ya tuve experiencia porque me pasó un año en el Sporting, el del descenso. Tuvimos cuatro y fue una locura. Son años en los da igual la decisión que se tome porque está mal y no hay solución. Desgraciadamente así fue.

—Irureta tampoco pudo voltear la mala dinámica.

—Llegó en los últimos coletazos de su carrera como entrenador y después entró en Lezama. Creo que la situación, cuando él vino, sinceramente no creo que estuviéramos sentenciados, pero sí que iba muy cuesta abajo como para darle la vuelta. Igual desde la perspectiva del paso del tiempo creo que daba igual quién viniera por las sensaciones.

—Se habló mucho de aquel vestuario, de los argentinos, los clanes y los egos.

—Eso siempre para cuando los resultados son malos. Nunca escucharé de un campeón de la Champions decir que el vestuario es una mierda y que hay clanes. En todos los vestuarios de todo el mundo hay una gente que se lleva mejor con unos y peor con otros, pero eso no tiene nada que ver para el funcionamiento de un equipo. Con 25 futbolistas, de distintas nacionalidades y gustos, es imposible que todo el mundo sea muy amigo… Los argentinos, en el Zaragoza y en cualquier equipo, se juntan y son piña, pero no es para mal ni para bien. No noté nada distinto a otros clubs u otros años, no hay que achacar a eso que se acabase bajando.

—¿Cree que el Zaragoza tenía un objetivo definido pero no una hoja de ruta clara?

—Se puede pensar que no había una hoja de ruta. Agapito tenía experiencia nula en el mundo del fútbol. Era un tío empresarial, que en sus negocios le había ido muy bien y que por capricho o por lo que sea al final compró el Real Zaragoza. Es cierto que había mucho ruido institucional y que siempre se estaba hablando de ese tema, pero eso ya depende de la forma de ser de cada jugador, de que cada uno esté pendiente o no de esas cosas.

—¿Qué opina de Agapito?

—Hay que ser conscientes del desembolso y todo lo que estaba haciendo, los sueldos que se estaban pagando y demás (resopla)… La cosa tenía que ir muy bien en lo deportivo para poder soportar eso y había que jugar la Champions sí o sí. Además en lo deportivo no es que se fuera bien, es que se fue muy mal. El Zaragoza venía de un presidente que siempre se decía que iba por el libro, que se lo tomaba como una empresa y que no se gastaba ni un euro más de lo que se ingresaba. Era un equipo que estaba pagando barbaridades.

—¿Ya veían entonces que el Zaragoza vivía por encima de sus posibilidades?

—No conocía al presidente ni exactamente cómo era el Zaragoza, pero con el paso de los años se vio que no se estaba viviendo por encima, es que se estaba viviendo muy, muy, muy por encima de sus posibilidades. Que en pocos años que un club que estaba saneado pase a tener 100 millones de euros de deuda… El despilfrarro fue brutal.

—Acabó la temporada y se quedó en Segunda. ¿Por qué?

—Estaba muy a gusto. Mi mujer estaba encantada, vivíamos muy bien y la gente, a pesar de haber sido un año muy duro, a mí siempre me ha respetado. Ya había jugado en Segunda y no me importaba y el Zaragoza seguía siendo un equipo muy importante. Vino Marcelino y se hizo un proyecto para subir en solo un año y no me planteé marcharme.

—¿Cuándo comenzaron sus problemas con Marcelino?

—En la segunda jornada tras empatar con la Real Sociedad en casa tenemos algunas desavenencias. Tuve unas molestias en el tendón de Aquiles y no me convoca ante Las Palmas y a la vuelta él me dice que cree que no tengo ninguna lesión y que ya no me quiere en el equipo. Le dije que no era cierto que no estuviera lesionado y que tenía contrato y que, mientras el club no me dijera lo contrario, era un jugador más. A partir de ahí sabía que no iba a contar y me dedicaba a entrenar hasta que me surgió la posibilidad de marcharme a Osasuna por la lesión de Roversio. Estaba cerca, no tenía que mover a la familia y decidí irme para no seguir aguantando la situación. Con el paso de los años le estoy eternamente agradecido a Marcelino porque fui a un sitio en el que no pensaba que iba a estar tan a gusto.

—Comentó que el problema trascendió de lo deportivo y derivó al plano personal.

—Sí, porque que delante de los compañeros te acuse de que estás fingiendo una lesión creo que es muy fuerte. Además dijo una serie de cosas que él creía que habían ocurrido el año anterior sobre el tema del descenso. Le dije que no era nadie para valorar lo que había pasado el año anterior porque él no estaba y le podían haber dicho mil historias. A mí me parece un fantástico entrenador, pero creo que vino con el cuchillo entre los dientes y así por la vida no se puede ir. Soy un tío muy tranquilo, muy pancho, pero llega un momento en el que si hay que decir las cosas, las digo.

—¿Cree que será capaz Víctor Fernández de sacar la situación adelante?

—El paso que dieron Víctor y el club es porque la situación era muy complicada. Se va a seguir viendo esa comunión entre club, equipo y grada que es lo que permite reconducir la situación, pero hay que ser muy realista. Todo seguidor del Zaragoza tiene presente el recuerdo de la Recopa y el estar peleando por las primeras posiciones en Primera, pero ese a día de hoy no es el Zaragoza. Para crecer, además de tener paciencia, es necesario no volverse loco en lo económico y que en lo deportivo vaya bien.