Hay silencios que hablan y palabras que no dicen nada. Paco Herrera se despidió leyendo una breve nota, no más de dos minutos, porque "sabéis que hablo demasiado", se justificó, con una media sonrisa. En el ya extécnico zaragocista no habita un pirómano que desee incendiar el terreno que deja. No es su estilo. Y no quería situar más minas a Víctor y a la plantilla que las que de por sí ya tiene este Zaragoza, muchas en todo caso. "No estoy aquí para lamentarme ni para quejarme de nada. He venido solo para decir adiós a todos. Lo que he vivido aquí queda solamente para mí", señaló. La frase, en la apariencia no dice demasiado, en la realidad lo dice todo.

Porque Herrera sabe que sus números aquí no tienen defensa, que son sinónimo de carta de despido. No ha logrado un equipo creíble, un plan claro y su Zaragoza no ha jugado bien al fútbol. Y no niega que su despido ha sido al final, tras el mal partido en Ponferrada, un alivio. Pero también sabe lo mucho, lo demasiado, que ha tenido que vivir. Las zancadillas, las dudas, la permanente amenaza, las charlas, su tensa relación con Moisés, su poco peso en los fichajes, excepto con Barkero o los problemas con Paredes, Movilla y José Mari, que entre otras cosas debilitaron su imagen en el vestuario y ya se sabe que un entrenador débil es el primer paso de un entrenador en paro... Muchos condicionantes y cosas que decir. Y mejor no morderse la lengua. Por eso, mejor, pues, no aceptar preguntas.

A Herrera le acompañaron Pitarch y Moisés, uno a cada lado. También estuvo Cuartero, en este caso de oyente, y los capitanes Leo Franco, Luis García y Abraham, además de Barkero o Cortés. También su mujer, Josefina, mientras que su hija Edurne, con su nieta, esperaba fuera. Sus ayudantes, Ángel Rodríguez y Fran Albert, se van con él y escucharon su despedida, lo mismo que algunos amigos de su etapa en Zaragoza. No hubo lágrimas ni aplausos, solo una despedida rápida, ejecutada por el club con aire de cumplir el expediente, con más formas que fondo.

La arrancó Pitarch. "Es un día duro, porque hemos de prescindir por las circunstancias deportivas de una extraordinaria persona y de un magnífico entrenador. Le manifestamos nuestro aprecio, consideración, respeto y amistad", dijo, para cederle la palabra a Paco Herrera.

"El final no ha sido el deseado. Ni la afición ni el club ni mi gente ni yo lo deseábamos. Me quedo con la despedida de los jugadores uno por uno y dándonos un abrazo", aseguró el entrenador. En su adiós el lunes hubo cuatro futbolistas a los que se les escapó alguna lágrima. No demostraron la inmensa mayoría ese cariño en el campo y está claro que el mensaje del técnico había perdido fuerza en ese vestuario, pero no es menos cierto que gozaba de un apoyo más o menos amplio en el grupo.

"Cuando llegué dije que el camino hacia la reconciliación era el fútbol, desgraciadamente lo he conseguido por etapas, no al 100%. Huelgan los motivos, no es momento para eso", continuó. Herrera llegó hablando de buen fútbol y no lo logró. También arribó con un espíritu conciliador que ha procurado mantener. Otros, con lo que él vivió, habrían puesto el grito en el cielo. No lo hizo. Y eso no ha sido una virtud, quizá al contrario. A veces en la vida hay que saber decir basta. Y después, con la etapa ya concluida, quizá no merezca la pena pasar facturas y peajes. A Herrera, queda claro, no le ha merecido la pena hacerlo.

"Así que estoy para dar las gracias a todos, sin excluir a nadie. Quiero que eso quede claro, sin matices. Gracias a todos, especialmente a mis jugadores, que fueron mi compañía ocho meses. Quiero pedir que a partir de ahora el nuevo entrenador reciba la ayuda de todos, de la afición, la de los jugadores la tendrá porque son grandes profesionales, y que cuando el equipo pierda, pierda todo el mundo, y que cuando el equipo gane lo haga todo el mundo con él", concluyó. En ese mensaje último dejó claro que en la unión que él no ha podido conseguir está la clave para salir de esta situación.

Queda dicho que no hubo aplausos. Un abrazo con Pitarch, otro con Moisés y saludos a la salida de La Romareda mientras el director general y el secretario técnico se iban hacia el club.